Albacete (Biblioteca Pública, 24 de noviembre de 2009)
"Hay muertes que te acercan a la muerte", dice uno de los versos del libro, un verso que yo creo que sintetiza la verdad que contiene La voz en la memoria.
A muchos poetas nos sucede que los poemas surgen a partir de una anécdota, es decir de una experiencia que hemos vivido, o que ha vivido una persona cercana, de tal modo que la entrañamos y la sentimos como si nos hubiera ocurrido a nosotros mismos. A veces esa anécdota, aunque la llamemos así, anécdota, es un hecho terrible, la más terrible de las posibilidades, la muerte de una persona querida.
Aunque Ricardo Fernández Moyano hace muchos años que vive en Zaragoza, hemos pasado épocas en las que ha estado muy cerca. Una de ellas fue precisamente el tiempo en que murió su madre. Compartimos su dolor en aquellos momentos y sabíamos que, como poeta que es, tenía la posibilidad de acogerse a lo que la poesía tiene de consuelo, de desahogo.
La poesía es una disciplina esquiva y caprichosa. A veces dice que no y no hay manera de sacarle el jugo a eso que llamamos anécdota y que en este caso es el hecho terrible del que hablábamos. Por fortuna, a Ricardo le funcionó la inspiración y fue capaz de ir sacando en versos las hebras del dolor que lo embargaba. No sólo el dolor por la pérdida de su madre. También los pensamientos que acompañan a esos tiempos tenebrosos del desconsuelo.
Esa es la anécdota, la terrible anécdota, que sirve de punto de partida al libro que hoy tenemos entre manos, La voz en la memoria. Los poemas se fueron amontonando hasta que había suficientes, conectados por ese hilo conductor, como para reunirlos en un libro. Quizá haya algunos añadidos, algunos en los que Ricardo ha encontrado concomitancias, pero creo que el impulso generador de la mayoría es esa necesidad de devolver a la vida, devolver el sentido, aunque sea el estético, a la terrible experiencia de la muerte de su madre.
Por supuesto que también es un canto a la vida. No es posible lo uno sin lo otro. El poeta escribe para aferrarse a la vida. La muerte de la madre y la angustia del miedo al vacío están omnipresentes, pero no sólo se canta a la vida por medio de la felicidad. También el esfuerzo por encontrar una explicación o por asomar la cabeza a la superficie de la belleza para volver a tomar aire son cantos a la vida. También la supervivencia es un canto a la vida y merece celebrarse.
Hay momentos, en medio del dolor, en los que Ricardo Fernández Moyano se ha dejado volar para la celebración. Siempre son versos inconscientes, imprescindibles para que nos toque el aleteo de la sensibilidad. Me estoy refiriendo a perlas como "el sabor a derrota de la soledad". Donde uno está solo porque ha perdido en la disputa de la vida y rumia el sabor de la soledad, que nos llena el paladar de derrota.
O imágenes como esta: "huracanes de olvido", que une la barahúnda de la tormenta con el silencio de la desmemoria. Todo queda arrasado, no recordamos por qué, pero no hay nada que se salve del marasmo. "Huracanes de olvido".
Y en el mismo poema encontramos que "la luna es un pájaro azul / que se resiste a morir". Imágenes que evocan, por lo menos a mí, la voz de Marlene Dietrich cantando ronca en el fondo de un tugurio tenebroso. Una voz que está muy cerca del cisne cuando se prepara para la muerte, pero que no es la muerte todavía. Es la tristeza, el blue de los anglosajones, reflejándose en un agua nocturna con reflejos azulados. "la luna es un pájaro azul / que se resiste a morir".
En otro poema, casi como en un tango manchego, el poeta nos dice: "deja en las sienes el tiempo / el agridulce dolor de la escarcha". Un dolor que no es sólo dolor, que contiene dulzura. Un dolor sobre la frente marchita que platearon las nieves del tiempo. Seguro que el inconsciente de Ricardo tenía a Gardel muy presente cuando dejó volar estas palabras, pero con acierto trocó la nieve por la escarcha, una blancura más nuestra, y más fría aún que la nieve.
"En el abismo del desánimo". Aquí nos menciona el valle más profundo y más oscuro de nuestra energía. O "Pétalos de plomo", que también nos condenan a caer sin fuerzas para superar el peso que nos impide levantarnos.
Y qué me dicen de estos versos: "insolentes crines de espuma / en la serena calma de una playa". Ahí está la fuerza que personaliza a las olas y las dota de la insolencia de los rebeldes y de la plasticidad gallarda de los caballos. Como la capacidad de asociación es gratuita, a mí me conectan directamente estos versos, a través de las lecturas, con aquellos de Alberti: "a galopar, a galopar, hasta enterrarnos en el mar".
Eso sí, desde la serena calma de una playa, buscando siempre el contraste entre el furor incontrolable de la muerte y la necesidad de controlar el ánimo.
Podríamos seguir toda la noche encontrando estas conexiones con la gran poesía de todos los tiempos: "En el hueco perfecto de la noche intentamos respirar otras vidas". O en otro momento, "la mente vuela con alas de vampiro o pájaro / por oscuros desvanes".
Podríamos seguir toda la noche, ya digo. Pero es mejor que escuchemos los poemas, y encontremos nuestras propias asociaciones.
La plenitud de estos retazos nos demuestra que la terrible anécdota obligó a Ricardo a sacar afuera toda la oscuridad que anegaba su dolor, para convertirla en luz, en poema. "Hay muertes que te acercan a la muerte", dice el verso que citábamos al principio. Pero también hay poemas que te aferran a la vida. Por ejemplo estos que sujetan a Ricardo Fernández y que conforman el libro La voz en la memoria.
Arturo Tendero
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