martes, 30 de marzo de 2010

El mito vacío


DIARIO DE MALLORCA, febrero de 2010

El mito vacío

JOSÉ CARLOS LLOP

Si no vamos con cuidado, los años nos convierten en bichos raros. Si vamos con cuidado, me temo que también. La apoteósica devoción ante la muerte del escritor norteamericano J.D. Salinger –parecida a la fascinación que despertaba en vida su voluntario apartheid– me ha dejado estupefacto. ¿Había para tanto? Quiero decir: ¿es esa apoteosis proporcional al papel del escritor –de cualquier buen escritor– en la sociedad? ¿Su escasa literatura merece tanta mitomanía? O dicho de otro modo: la necesidad del mito –pues ese es el tratamiento que lleva dándosele al silencio de Salinger desde hace años–, ¿surge de la calidad de su obra? ¿O lo hace de una sociedad que, de espaldas a los dioses metafísicos, crea nuevos ídolos de uso efímero y tanto le da buscarlos en el pop como en la televisión o la literatura?

Que nadie crea que me estoy poniendo estupendo: no es mi intención. Tampoco la de ser injusto y menos aún con un escritor como Salinger. Yo también recuerdo la lectura de El guardián en el centeno. Quiero decir que me recuerdo a mí leyendo El guardián en el centeno, en una vieja edición de Alianza Editorial. Pero no recuerdo nada de la novela. No dejó ninguna huella en mí. No recuerdo las andanzas de Holden Caufield, ni ninguno de sus sentimientos. En cambio sí recuerdo que a medida que lo iba leyendo, iba sintiendo que ese tipo y yo no teníamos nada que ver. Y que tenía ante mí un libro sobre el que mi mente patinaba: la pista era de buena factura, pero no más. Esto es importante porque a ciertas edades –estoy hablando de una juventud temprana– el efecto de identificación resulta esencial. La literatura nos descubre y nos construye. Lo hace su verdad y su misterio si sabemos encontrarlos, o si ellos saben encontrarnos a nosotros.

Me ocurrió con El guardián en el centeno todo lo contrario a lo que me había ocurrido con A este lado del paraíso, de Francis Scott Fitzgerald. Esa novela fue mi casa, El guardián..., una mera estación de paso, sin huella aparente. Años después leí los Nueve Cuentos de Salinger y me gustaron mucho. Recuerdo Un día perfecto para el pez plátano, El hombre que ríe y El período azul de Daumier-Smith. En fin, lo que daría cualquier escritor por escribir unos cuentos así. Pero, sin movernos de la literatura norteamericana –que es una extraordinaria literatura– ¿son mejores esos cuentos que los de Hemingway, Cheever o Salter, por ejemplo? ¿Es mejor novelista Salinger que Bellow? En ambos casos yo diría que no, que en absoluto. Que son mejores los cuentos de Ernest Hemingway, John Cheever o James Salter, que los de Salinger. O que Saul Bellow es un acorazado ahí donde J.D. Salinger es una fragata. Pero como los tiempos son malos para estas afirmaciones, habrá que camuflarlo escribiendo que a mí me gustan más. La tontería del relativismo.

Está bien que Salinger –como Thomas Pynchon– se escondiera y no quisiera, o no fuera capaz –eso nunca se sabe–, de relacionarse con el mundo en general. De pequeños aprendimos en el catecismo –hablo de cuando se estudiaba el catecismo– que los enemigos del alma eran el mundo, el demonio y la carne. Lo de la carne –bien llevada– no llegué a compartirlo del todo. Lo del demonio –el mal– estaba claro desde el principio y sigue estándolo. Pero respecto al mundo, en la infancia, no sabíamos a qué se estaban refiriendo exactamente. De mayores ya sí. De mayores entendemos perfectamente que el mundo sea el principal enemigo del alma (y la buena literatura también sale del alma, llámenla como quieran). Como entendemos que el mundo ocupe el lugar principal –el primero– de la enemistad espiritual o anímica. Basta ver como va lo público. Pero ha sido precisamente el mundo –lo público– quien ha entronizado y mitificado el escondite de Salinger. Quien ha creado, publicitándolo, el misterio Salinger en una decisión –apartarse– a la que el escritor no sólo tenía todo el derecho, sino ante la que merecía todo el respeto también. Ha sido el mundo quien se ha vengado, en el fondo, de que Salinger lo abandonara. No que no escribiera, eh, que eso le importaba un bledo. Sino que su silencio narrativo fuera una forma de abandono. El mundo se lo había ofrecido todo a Salinger. Que él lo despreciara era imperdonable. De ahí, sospecho, el motivo de tanto ruido salingeriano. Durante su largo silencio y en la hora de su muerte.

lunes, 22 de marzo de 2010

Poema XL

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ASTROLABIO


La vida fue una losa

de rostro desfigurado

con sabor a desengaño.

El vacío de los días

oprimía tu pecho

como pétalos de plomo.

Pero hoy renace la aurora,

una mirada de ternura

te remueve por dentro

y te revela

el placer de estar vivo.


Del libro La voz en la memoria

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Poemas de Emily Dickinson

.EL DÍA DE CÓRDOBA, marzo de 2010

Reunidos en un libro los poemas que Emily Dickinson dedicó a la muerte

Rubén Martín recopila textos clave de la poetisa en una antología publicada por Bartleby

Efe / Madrid |

La Emily Dickinson más actual, la más dura, que se acerca a la muerte hasta rozarla, llega ahora a las librerías en bilingüe de la mano de Rubén Martín, cuya antología Poemas a la muerte cubre un hueco editorial en España sobre uno de los temas que más obsesionaron a la gran poeta estadounidense.

"Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía". Así de extrema e intensa se mostraba Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) ante el hecho poético, para ella una cuestión casi física y un vehículo para adentrarse, además de en la naturaleza y en lo íntimo, otras de sus constantes, en el lado más oscuro e inexplicable que acompaña al ser humano.

Dickinson, un ser adelantado a su tiempo, una rara avis del siglo XIX, hija de una prominente familia protestante de Nueva Inglaterra que se retiró del mundo y se recluyó en su habitación a los 30 años, vivió con suma intensidad la pasión de la vida y el conocimiento de las artes.

"Dominaba el latín (leía a Virgilio en su idioma) y conocía la astronomía, la filosofía y la botánica", indica el antólogo y traductor de Poemas a la muerte, editado por Bartleby. Estudió alemán, tocaba el piano y era una entusiasta de la botánica. No dejó de practicar la jardinería y la horticultura hasta su muerte.

Hasta ahora, ninguno de sus antólogos se había atrevido a elegir como monografía el tema de la muerte, al que tanto tiempo dedicó.

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domingo, 14 de marzo de 2010

Poema XXXIX

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TU MIRADA


HE aprendido en tus brazos, que la vida
es tropezar mil veces en el vacío,
caer, despertarme cada día
ante el espejo silencioso de tus ojos,
dejarme mecer por el mar
y el arrullo de tus sueños cada noche.
Levanto la cabeza para ver el sol
elevarse sobre el oscuro horizonte
y descubro tu mirada frente a mí
como único y ensoñador paisaje.
Iluminas mis pasos vacilantes
con el fuego espectral de tus pupilas.
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lunes, 8 de marzo de 2010

Poesía para los enamorados

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EL MUNDO, febrero de 2010

Poesía para los enamorados

Rebeca Yanke | Madrid

Si la arquitectura amorosa existe es algo que no se sabe. Lo que sí se aúna con facilidad es la poesía y el amor, como si entre ellos existiera una relación de causa-efecto. Como si cualquiera por el sólo hecho de estar enamorado pudiera escribir versos a la altura de sus sentimientos. "La poesía está cubierta de una curiosa superstición democrática", dice el poeta Juan Manuel Macías: "Parece que todos tienen derecho a escribirla".

Para él las razones que pueden conducir a semejante arrebato son tres necesidades humanas: "desahogarse tras una derrota sentimental, celebrar una hazaña y atraer la atención de la presa". "Esto antes que componer una pieza de piano, decorar una catedral o diseñar un nuevo y efectivo instrumento de tortura", añade. Y menciona a Safo, la poeta de Lesbos, a la que ha traducido para DVD, como descubridora del amor para Occidente.

El poeta Juan Antonio Gonzalez-Iglesias, Premio Loewe de poesía 2007 por 'Eros es más', coincide desde Salamanca. Esta misma semana ha sacado a Safo a la tarima de su universidad. "El último gran poema de amor que he leído es uno de los primeros, 'La pasión', de Safo, lo leí en voz alta el jueves en clase de Tradición Clásica ("Un igual a los dioses me parece..."), cuenta. También se acuerda del amor místico de Santa Teresa y San Juan, porque cree que "a veces dice el amor corporal mucho más claramente".

Colocar las 'aguas sáficas' en el atrevimiento de darse por escrito induce a la pregunta: ¿Qué poemas hacen las mujeres ahora? La carga erotica estuvo y está. "Ha dado a veces la sensación de que una poeta, o se presentaba 'también' ante la comunidad literaria como poeta erótica, poeta asexuada y sexual, o corría el riesgo de no ser considerada poeta", reflexiona. Y señala que "parte de la poesía española ha ido construyendo una psicología y sociología de la pareja en el mundo contemporáneo, una especie de tratado poético del amor en la época que Zygmunt Bauman denomina modernidad líquida".

El sociólogo polaco agrupó a varias generaciones educadas en la cultura de masas en un libro que tituló 'Amor líquido'. Ahora los poetas, dice Gaspar, "exploran y reflejan la compleja experiencia amorosa-social-sexual, su fragilidad y sus incertidumbres, desde una perspectiva que les aleja cada vez más de los modelos ingenuamente románticos". "Loopoesía es amor", exclama desde Barcelona el escritor Jordi Corominas I Julian.

En este bucle acuoso los nombres son muchos y los femeninos abundan: Yolanda Castaño, Martín López-Vega, Ben Clark, María Eloy-García, Ana Gorría, Hasier Larretxea, Julieta Valero, Miriam Reyes, Kirmen Uribe, Carmen López, Elena Medel, Déborah Vukusic, Luna Miguel, David González, Sofía Castañón y Raúl Díaz Rosales. La lista ya es larga y sólo son algunos.

Para los que confían en que todavía la palabra puede remover conciencias, o corazones, Juan Antonio González-Iglesias da las claves: "Lo mejor que se puede hacer para escribir un buen poema de amor es leer buenos poemas de amor. Leerlos en voz alta. Recitarlos sin miedo delante de la persona que nos ama. Ligar con poesía, seducir. No tener miedo de rozar los lugares comunes ni la cursilería. Una persona que ama es invulnerable. ¿Qué puede importarle si roza eso? Si uno escribe sin miedo, el poema es auténtico. Y es eficaz en el mundo".

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miércoles, 3 de marzo de 2010

Poema XXXVIII

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SER POETA

SER poeta no es un título,
es una pasión incontrolada
que se extiende más allá
de las fronteras de los cuerpos.
Un ansia de vida evocadora,
un pálpito, un enigma,
la busca eterna de la luz
en un mundo de sombras.

Del libro inédito Rituales de identidad
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