lunes, 31 de agosto de 2009

Diccionario del suicidio

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DIARIO DE NAVARRA, 13 de agosto de 2009
Suicidas como relatos
Carlos Janín Orradre, pamplonés de 1944 y de la Plaza que entonces llamábamos Circular -Príncipe de Viana-, doctor en Filología Románica por Montpellier, ha enseñado literatura en Lyon. Ahora, ya jubilado, reside en Granada y publica aquí este Diccionario del suicidio
FERNANDO PÉREZ OLLO

El libro "podría titularse asimismo Los mil y un suicidios, pues puede leerse como una colección de relatos" asegura la contraportada. Tal vez. Pero, según le oí a Jorge Semprún, la manera más imaginativa y sorprendente de leer un diccionario es seguir el orden alfabético de las entradas, en este caso 851 -de Accidente laboral a Zweig, Stefan-, personales casi en el 90 por ciento. Así, el lector informado que se asome a estas páginas puede sufrir un soponcio, cuando encuentre las entradas de Pío Baroja, Cela, Gómez de la Serna, Julien Gracq, Jardiel Poncela, Valle-Inclán, Inma Turbau o Félix de Azúa, éstos dos últimos felizmente vivos y los otros citados no a título biográfico, sino literario, por sus opiniones sobre el asunto. Abundan, desde luego, las voces dedicadas a escritores y escritoras que decidieron quitarse la vida, aunque no lo consiguieran -como Martin Monestier, que durmió tres años en un ataúd y superó tres ruletas rusas, o el mismo J. Conrad, enamorado de doña Rita, quizá la bailarina húngara Paula Horváth/Paula de Somogy,dama del entorno marsellés del pretendiente Carlos de Borbón, VII, según la legitimidad carlista-, referencias ilustres que pueden difundir la idea de que los letraheridos son el gremio más proclive al desarreglo moral -Durkheim dixit(1897), ayudado por su sobrino Marcel Mauss-, origen de este acto definitivo. Claro es que no todos los finales voluntarios son iguales. Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Virginia Woolf, suicidas por inmersión -a Schnitzler le rescataron del Rin-, guardan escasa relación con Raúl Gómez Jattin, arrollado en una autopista, María Poliduri, Sylvia Plath, Karoline von Günderode y el peruano JM. Arguedas. La gente de letras no resulta, sin embargo, el colectivo más proclive a este final de la vida, como podría pensar quien lea Suicidas, antología preparada por Benjamín Prado, o Bartleby y compañía de Vila -Matas (2000). Janín aporta datos esclarecedores sobre los profesionales de la Medicina y del Ejército y sobre la adolescencia. Ya Durkheim observó la predisposición de los militares al suicidio, "muy superior a la de la población civil de la misma edad", actitud facilitada por la posesión profesional de armas, como también ocurre con las fuerzas del orden, y las condiciones extremas en caso de guerra. En cuanto a las clases sanitarias, más evidentes que los datos reales es "el fácil acceso a los fármacos y sus conocimientos sobre su uso". Lo dicho de los escritores parece aplicable a pensadores y filósofos, incluidos Sócrates y Cioran. El filósofo griego no se suicidó, stricto sensu, "pero alguien tan entusiasta defensor de la muerte como él tal vez no necesitara el empujón de la sentencia para beber la cicuta"; el rumano sostuvo que suicidarse era cosa de optimistas, y así él murió de viejo. Antes Schopenhauer había pensado que el suicidio demostraba la voluntad de vivir, y lo condenaba.

Palabra moderna
Suicidio, matarse uno a sí mismo, es palabra latina inexistente en latín. Los romanos hablaban de mors voluntaria o de darse la muerte (mortem sibi conciscere), expresiones que, como las usadas en griego, responden más a la idea de morir que a la de matar.
Suicidio es neologismo tardío y de origen británico, según Corominas, que sigue a Moratín -quien lo propagó en castellano-, pero según Ramón Andrés, otro pamplonés (Historia del suicidio en Occidente, 2003), la palabra la habían empleado antes fray Fernando de Ceballos (1772) y J.P. Forner (1792). El DRAE lo incorporó en 1817. Littré,en 1863, aún se resistía a la malformación del vocablo, porque, olvidada la raíz clásica, comporta un doble uso del pronombre reflexivo (suicidarse). Janín remata el asunto con la definición de la OMS: "El acto de suicidarse es un atentado contra la propia persona en un grado variable en cuanto a la intención de morir. El suicidio es el acto de suicidarse con fatal desenlace".

Tabú, delito, derecho
La definición, una pizca tautológica, hurta elementos esenciales, como expone André Comte-Sponville en su Dictionnaire philosophique (2001), no citado por Janín: "Es el homicidio de no mismo. Por eso hay quienes ven en él un crimen. Yo lo considero un derecho (.) Cuidado, sin embargo, con darle más importancia de la que conviene. No es ni una consagración ni un sacramento, ni una moral ni una metafísica. Suicidarse es elegir, no la muerte (no nos cabe tal elección: de todas maneras hay que morir), sino el momento de la propia muerte. Es un acto de oportunidad y no el absoluto que a veces se quiere ver en él (.) Es el atajo definitivo".
Comte-Sponville cita a Montaigne, cuyo razonamiento no es incuestionable: "Así como no ofendo las leyes contra el robo cuando me despojo de mi propia bolsa, ni las vigentes contra los incendiarios cuando quemo mis propios bosques, así tampoco violo las leyes contra el homicidio, si me quito la vida". Sabido es que Montaigne, como antes Juan del Encina, resulta más libre y heterodoxo que la Enciclopedia, que condena el suicidio directo y el indirecto y se sitúa más cerca del tomismo que de los estoicos antiguos y aun de penalistas contemporáneos como Beccaria y Filangieri, que excluyen de la legislación toscana el delito de suicidio. Éste es un tabú en el cristianismo, el islam y el judaísmo, como explicó Hannah Arendt, pese a los variados ejemplos que ofrece la Biblia. En cuanto al Corán, lo define como el peor pecado.
Libro interesante, con tono diferente -a veces irónico, a ratos impersonal, según corresponde a un diccionario-, alguna contradicción y entradas en ocasión redundantes. Así, no se entiende bien por qué las de alcohol, arsénico, cicuta, láudano y veronal no van incluidas en la de envenenamiento. Por cierto, el veronal "en fuertes dosis es de efecto mortal y puede utilizarse tanto para el asesinato como para el suicidio" (sic). Como los demás, supongo.
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lunes, 24 de agosto de 2009

Poema XXX

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LA ESPERA

Esperas
en el andén de la inconsciencia
de una estación sin nombre,
a que vuelva aquel tren
que un día de agosto perdiste.
No sabes con certeza
si llegará algún día
y si regresa, tampoco sabes
a dónde te ha de llevar.
Tal vez sea mejor irse,
partir lejos en busca del mar,
que esta reposada inercia
de una existencia hueca y letal.
Alguien silba a lo lejos
aquella canción de entonces,
un farol se enciende en la tarde
y lentamente la noche
se apodera del paisaje
y de tu pensamiento.
Mientras paseas tu melancolía
por la misma estación de siempre,
escuchas un pálpito de estrellas,
recorres un andén infinito,
oyes silbar a lo lejos
y esperas.
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viernes, 14 de agosto de 2009

EL PERRO DE EMILY DICKINSON

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De todos es sabido que Emily Dickinson tenía un perro precioso, un foxterrier azul y blanco encantador e inteligente, llamado Carlo, al que ella adoraba. Se acurrucaba a sus pies cuando escribía y dormía junto a su cama todas las noches. Era la manera de hacer frente a su soledad, al forzado enclaustramiento al que su padre la tuvo sometida.

Emily estaba muy orgullosa de llamarse igual que la gran escritora, también le gustaba escribir y tenía un hermoso perro que descansaba junto ella, lo que ponía furioso a su marido. Sólo ladraba cuando hacían el amor o si la golpeaba al regresar borracho a casa. Era la envidia del vecindario aunque ellos pensaban que el perro era Frank, que la trataba con extrema rudeza. En realidad no la quería, se casó con ella por su dinero y cuando empezó a darse a conocer por sus escritos fue creciendo en su interior un ser malicioso y ruin con sed de venganza.

Foxy la acompañaba a todas partes, cuando iba al mercado, a la peluquería o de paseo junto al río y ocupaba un lugar privilegiado en las presentaciones de sus libros. Era un ser entrañable, la ilusión de su dueña y la admiración de sus amigos.

Frank colocó una noche a la puerta de la casa una trampa para zorros. Al amanecer, un chasquido metálico, como un trueno, seguido de un ladrido agudo y penetrante rompió el silencio. Desde entonces los vecinos le llamaron Fox. El perro de Emily Dickinson, para su desgracia, no había muerto.

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lunes, 10 de agosto de 2009

Fallece McCourt, autor de 'Las cenizas de Ángela'

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EL CORREO, julio de 2009

Fallece McCourt, el escritor que contó la miseria en Irlanda.

El autor de 'Las cenizas de Ángela', por el que obtuvo el Premio Pulitzer, murió el pasado domingo en Nueva York.

JUAN PABLO NÓBREGA | NUEVA YORK

El escritor Frank McCourt, que murió en Nueva York a los 78 años, alcanzó fama planetaria tras escribir las memorias de alguien no famoso, la vida extraordinaria de un hombre ordinario. 'Las cenizas de Ángela', el 'bestseller' sobre su niñez miserable en la Irlanda de la década de 1930, le valió millones de lectores, un premio Pulitzer y una adaptación al cine.
De nacionalidad norteamericana e irlandesa, McCourt nació en 1930 en Brooklyn, en el seno de una familia de católicos irlandeses, numerosa y pobre. Sin futuro en medio de la Gran Depresión, los McCourt regresaron cuatro años después a Irlanda a la búsqueda de trabajo para toparse con una situación peor. En su inolvidable relato publicado en 1996 cuando su autor contaba 60 años, el autor describe una niñez de terribles penurias.
Después de que su padre alcohólico abandonó a su familia, su madre -la Ángela del título- se vio obligada a pedir por las calles de la pequeña ciudad de Limerick para sacar adelante a su escuálida prole mientras malvivían en un mugriento sótano infectado de ratas. En ese tiempo, las enfermedades y la desnutrición se llevaron por delante la vida de tres de sus seis hermanos. Pocas infancias han sido tan miserables a ojos de la literatura y, sin embargo, su prosa sincera posee a la vez un brillo, humor y compasión -incluso hacia su padre- que le valieron casi de forma instantánea el reconociendo internacional de crítica y público.
«Cuando miro hacia atrás y contemplo mi infancia, me pregunto cómo logré sobrevivir», empieza narrando en uno de los párrafos más famosos del libro. «Tuvimos una infancia miserable. Una infancia totalmente feliz no merece la pena. Pero hay algo peor que tener una infancia miserable: tener una infancia miserable en Irlanda. Y aún peor es tener una infancia miserable en la Irlanda católica».

Historia conmovedora

«La gente en todos lados se vanagloria y lloriquea sobre las penas de sus primeros años, pero nada se puede comparar a la versión irlandesa: la pobreza, el padre haragán y locuaz; la madre religiosa y vencida que gime junto al fuego; los sacerdotes pomposos, los directores de escuela abusadores; los ingleses y todas las cosas terribles que nos hicieron durante 800 largos años».
'Las cenizas de Ángela' se convirtió desde su publicación en un fenómeno literario, dominando durante dos largos años la lista de libros más vendidos en Estados Unidos y Europa. A punto de jubilarse, Frank McCourt era conocido en Nueva York como un maestro de escritura creativa y un colorido personaje local, digno de una novela sobre la ciudad, que cantaba canciones y contaba historias con su hermano menor y se unía a los parroquianos del bar White Horse Tavern y otros reductos del mundo literario.
Pese a su interesante vida de ciudadano perfectamente anónimo, el viejo maestro de escuela siempre tenía uno o dos libros en proceso pero no había encontrado la fórmula para sacarlos del cajón. Hasta que un día apareció un amigo y lo ayudó a buscar agente literario. Al final, disfrutó tanto de su tardía celebridad que se comparó con un «payaso que baila, disponible para todo el mundo».
Su país de origen, Irlanda, recuerda a McCourt como un «fabuloso cuentacuentos». «Como profesor en Nueva York, animó a sus estudiantes a amar la literatura y la escritura creativa y como escritor, era un maestro en el arte de contar historias», afirmó el ministro de Cultura de este país, Martin Cullen.
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jueves, 6 de agosto de 2009

EL ARTE DE ESPERAR

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por Carlos Villarrubia

Al hilo del poemario La voz en la memoria de R.F. Moyano


Como en el cuadro de Magritte, los días crecen bajo el imperio de las luces. El latir del Universo sobrevive al aguijón continuo de la muerte. Todo renace y una vaso de verbenas puebla el jardín deshabitado. Ricardo Fernández Moyano, en La voz en la memoria resucita palabras, mira cara a cara a la desolación atando fuerte el hilo invisible que nunca se rompe, el de la raíz-madre, el de la casa-cuerpo; la callada sinfonía de la ternura que nos dio la vida. En la ruta de las evocaciones blancas de Cernuda -Birds in the night”- se atreve a cruzar la puerta del misterio. Aún podemos subirnos como legendarios orates a las azoteas para cantar el “Get back” como The Beatles en la película “Let it be”. Tal vez, Harrison, en su vuelo de guitarras, encuentre algo familiar que enlace rutas en el cielo con los poemas de Ricardo. “What is life” y todas las cosas pasan sin que a menudo -como escribe el amigo Aute- “Rocemos ni un instante la belleza”. Salvamos -entre mesas camillas y vuelos de navegante cibernético- el placer de la pausa, el dulce y respetuoso silabeo que deja hablar al silencio...


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miércoles, 5 de agosto de 2009

Poetas suicidas

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Acaba de salir publicado por Olifante en su colección Papeles de Trasmoz mi libro Poetas suicidas: sensibilidad o supervivencia, trabajo de investigación poética que desarrollé en La Casa del Poeta de Trasmoz en la última semana de julio de 2007. Quiero agradecer desde aquí a Trinidad Ruiz Marcellán la deferencia, la presentación en Zaragoza será el 2 de ocubre, el libro se puede conseguir en la editorial y en librerías especializadas en poesía.

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lunes, 3 de agosto de 2009

Ángel Guinda en Palacio

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El sábado asistí en Bureta, en el Palacio de la condesa del mismo nombre, a una lectura de poemas de Ángel Guinda que leyó poemas inéditos de su próximo libro Poesía para los demás donde coincidí con varios amigos: además del citado poeta, Trinidad Ruiz Marcellán, Luigi Maráez, Âlime Hüma y Miguel Ángel Longás junto a su novia que me regaló su último libro El suelo por las nubes con una dedicatoria imborrable. Finalizó el acto con la actuación de Álime y Luigi que cantaron unos poemas de Ángel musicados por ellos.

En fin, una tarde para no olvidar, Un lujo para los sentidos. Os dejo con uno de los poemas de Ángel, tal vez el más entrañable.

TRASMOZ

Cuando anochezca en mí
como un día cualquiera,
acércame a Trasmoz
para ver el Moncayo
bajo el bosque de estrellas.
Quiero sentir muy dentro
los chopos vigilantes
del último crepúsculo,
el aire transparente,
la grama de los caminos,
los tormos de los surcos,
el olor de la alfalfa,
el trigo entre los ruejos.
Llévame de tu brazo
a oír trotar el cierzo,
balar a las ovejas;
contemplar bajo el cielo
las nubes pasear
o la geometría
del vuelo de las aves
y de los aviones,
sus gentes sencillas,
los huertos desplegados
como un museo abierto,
la rudeza elegante
del castillo, la iglesia
con sus piedras dormidas,
la Casa del Poeta
y el sobrio cementerio
que en silencio me espera.
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