Reunidos en un libro los poemas que Emily Dickinson dedicó a la muerte
Rubén Martín recopila textos clave de la poetisa en una antología publicada por Bartleby
Efe / Madrid |
"Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía". Así de extrema e intensa se mostraba Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) ante el hecho poético, para ella una cuestión casi física y un vehículo para adentrarse, además de en la naturaleza y en lo íntimo, otras de sus constantes, en el lado más oscuro e inexplicable que acompaña al ser humano.
Dickinson, un ser adelantado a su tiempo, una rara avis del siglo XIX, hija de una prominente familia protestante de Nueva Inglaterra que se retiró del mundo y se recluyó en su habitación a los 30 años, vivió con suma intensidad la pasión de la vida y el conocimiento de las artes.
"Dominaba el latín (leía a Virgilio en su idioma) y conocía la astronomía, la filosofía y la botánica", indica el antólogo y traductor de Poemas a la muerte, editado por Bartleby. Estudió alemán, tocaba el piano y era una entusiasta de la botánica. No dejó de practicar la jardinería y la horticultura hasta su muerte.
Hasta ahora, ninguno de sus antólogos se había atrevido a elegir como monografía el tema de la muerte, al que tanto tiempo dedicó.
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