Buenas noches. Antes de nada quiero felicitar a Ricardo por el estupendo libro de poemas que viene hoy a presentarnos aquí a Madrid, al tiempo que agradecerle su invitación a participar en esta mesa con tan buena compañía. Tal como ya en su título anticipa (palabra que a su vez se ha extraído de la cita de Angel Guinda, con la que se inicia el libro) "Transparencias" deja bien clara la intención de su autor: abrirnos las puertas de su casa y ofrecernos acomodo en el cálido espacio de su soledad. Estamos ante un libro en la más pura tradición lírica. Nada de artilugios o experiencias vanguardistas. Ricardo escucha en soledad las enseñanzas del misterio que le rodea y, al tiempo que se interroga y responde, envía generosamente el resultado de la investigación a quienes, también desde nuestra irresistible soledad, damos por bienvenidos toda clase de saludos. "Diálogo de soledades" dice el mismo que es el fin último de su poesía.
Pero no es, en absoluto, un discurso desgarrado o malherido el suyo. Nada de lamentos artificiales o innecesarios. Todo lo contrario: Ricardo ama esta soledad que hace posible crear en cada uno de nosotros una entidad original y en continua evolución. Sólo desde ella es posible estimar en su justa medida el valor de la realidad que nos rodea y poder, con algunas posibilidades de éxito contribuir colectivamente en su mejora. Poesía vitalista, por tanto, que nos acerca a un espacio particularmente cálido, acogedor, familiar.
Poemas breves la mayoría de ellos, construidos sobre un lenguaje cotidiano, claro, directo, que no por sencillo en su decir le habrá sido fácil de elaborar, pues nada más difícil condensar la complejidad de una argumentada emoción en un caprichoso pero indispensable juego de palabras. Ricardo sabe que la expresión exacta llegará en el momento en que la memoria del sentimiento la haga brotar, y es que para decir algo con claridad, primero se ha de tener claro lo que se quiere decir. No es un secreto para Ricardo que existe una estrecha relación entre lenguaje y pensamiento, entre la belleza y la verdad de lo verbalizado y conoce, como decía mi paisano Altolaguirre a propósito de Bécquer, que la raíz de la verdadera poesía se nutre siempre de "la inteligencia amorosa de los hombres". Mucho amor se desprende de los versos de Ricardo: a la madre, a la mujer, al hijo, al lector anónimo y poeta venidero... (No a un paisaje concreto, sino a la Naturaleza con mayúsculas, como ejemplo máximo de cualquier manifestación artística: La alfombra de hojas en el otoño, el vals que organizan los árboles con la brisa de la mañana). Poesía panteísta, que requiere y exige lo mejor de cada uno de nosotros, pero que no excluye a nadie. La vitalidad de estos poemas no supone rasgo alguno de ingenuidad. Así, en uno de los poemas que dirige a su hijo dice: "Aunque la vida es dura, dale tu duro a la vida". Poemas valientes, expresados en la colectividad, entendiendo esta como una suma de lúcidas y generosas individualidades.
Vemos aparecer a lo largo del libro un ramillete de populares simbolismos: naufragios, partidas de ajedrez, relojes, licores embriagadores... Pero, sobre todo, ESPEJOS. Son muchísimos los versos en los que esta imagen clásica de la porfía entre el deseo y la más cruda realidad salta a los ojos del lector. Espejos que a veces son crueles por su descaro, pero a los que el poeta siempre estará agradecido, como símbolos del más íntimo amigo, del más fiel cronista de ese complejo objeto que le presentamos cuando nos situamos frente a él. La vida en su conjunto es el material con el que trabaja Ricardo. Vida que, evidentemente, incluye a la muerte, y la supera a través de esta sorprendente manifestación humana que es la palabra y que persiste la vida de lo nombrado de quienes en el futuro tengan acceso a ella. Nada más vivo que la vida de la memoria, y así lo hace saber en el poema que dedica a los enfermos de Alzehimer. "Aunque mueras no dejarás de vivir".
Paradoja esta de la vida de la muerte y viceversa, a la que Ricardo gusta de acudir (un rasgo de entre los muchos que comparte con nuestro amigo y muy citado en el libro Ángel Guinda). Y entiendo que también debe estar orgulloso de sus afinidades con el murciano Sánchez Rosillo y con ciertas posiciones del sevillano Salvago (más complejo y barroco que los anteriores como buen andaluz). Poetas todos ellos de enorme honestidad y originalidad a la hora de sanear por escrito sus emociones y que no casualmente han despertado la atención de Ricardo. Para terminar (porque no es éste el momento de extenderme en las muchas cualidades que encierran estos poemas ya que van a ser leídos a continuación) sólo agradecer en nombre de todos los verdaderos aficionados a la poesía la generosidad y valentía de Ricardo en versos tan rotundos como estos: "Vivir es morir un poco cada día" pero, "nacer, morir poco importa" porque "Sólo vivir es importante".
Muchas gracias.
Agustín Porras
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