martes, 13 de enero de 2009

Cálamo XI

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UN ROBO DE IDA Y VUELTA

Aquel viaje tuvo algo especial, entre insólito y enigmático. Fue una de esas escapadas que suelo realizar a Madrid para participar en actos lúdico-poéticos a los que de vez en cuando me suelen invitar y que se caracterizan por la participación de gente variopinta, amantes de la literatura y del arte: poetas, músicos, pintores, fotógrafos...

El tren salió puntual de la estación. En principio parecía un trayecto normal y rutinario. Había pocos viajeros en el vagón, diseminados por sus asientos. Mi compañera, una joven de aspecto informal, venía dormida desde hacía un buen rato y ni se inmutó por mi presencia. Me disponía a ver tranquilo la película que suelen poner durante el recorrido cuando la chica se despertó; tras desperezarse con un disimulado bostezo saludó maquinalmente y se puso a hurgar muy nerviosa su bolso.

- ¡Me han robado!

- ¿Cómo? –dije yo extrañado-.

- ¡Sí! ¡El móvil, me ha desaparecido el móvil!

Después de revisar la cartera añadió:

- ¡Y también el dinero y la tarjeta!

- Pero ¿cómo es posible que le hayan podido coger el bolso aquí en el tren delante de todo el mundo? –respondí sin poder dar crédito a lo que escuchaba-.

- ¿Había alguien en el asiento de atrás cuando usted subió?

- ¡No! ¡estaba vacío y en todo este rato no se ha sentado nadie!

- Al salir de Barcelona iba un hombre sentado detrás de mí. Como trabajé anoche hasta tarde, me quedé dormida enseguida y habrá aprovechado para cogerme el bolso.

- Creo que lo primero que debe hacer –me atreví a sugerirle- es hablar con el revisor y dar parte de todo.

Enseguida habló con una de las azafatas y al poco rato se presentó el revisor, después de hablar con él intentó tranquilizarla:

- No se preocupe, hace algo más de una hora que hemos cogido a un ladrón que ha intentando robar a otro viajero en el vagón restaurante, hemos llamado a la Guardia Civil y se lo hemos entregado en la parada de Calatayud. Tal vez ellos tengan sus pertenencias; si se pone en contacto con ellos se las enviarán. Un viajero me ha dicho que lo había visto tirar la tarjeta de un móvil por la ventanilla.

- Es posible que fuera el mío. Me gustaría hablar con los otros viajeros para confirmar que se trata de la misma persona.

Salió del vagón acompañada por el revisor y al cabo de media hora volvió más tranquila.

- Ya está todo arreglado, tal vez mañana lo reciba todo en casa. Lo que más me preocupaba era la tarjeta, pues dinero llevaba muy poco.

Me contó que era bailarina y había estado actuando en un programa de la Televisión Catalana. Seguimos hablando durante todo el trayecto y al llegar a la estación nos despedimos.

Horas después me encontraba rodeado de gente muy peculiar cuyas edades oscilaban desde los albores de la juventud, pasando por la madurez e incluso algún que otro anciano amante del arte con un corazón joven que se resistía a envejecer... Una vez terminado el acto, los más animosos nos fuimos a picar algo y tomar unas copas por las tascas del viejo Madrid hasta bien entrada la madrugada.

A la mañana siguiente, el tren partió de regreso con su ritual acostumbrado. A pesar de los buenos y estimulantes momentos vividos en torno a la diversidad de artistas y a la riqueza de las ideas expuestas tanto en el acto, como en la ruta festiva, una vez estuve en el tren no podía alejar de mi mente la extraña historia vivida el día anterior. El viaje transcurrió de manera tranquila, sin ningún sobresalto. Sólo llamó mi atención los pocos pasajeros que había en el coche y una señora muy elegante que iba delante de mí sin parar de hablar por el móvil. Al poco rato se calló, quedándose dormida sobre el respaldo. Me distraje leyendo el periódico y contemplando el paisaje por la ventanilla. La llegada inminente de la primavera hacía brotar flores por doquier alegrando los ojos del viajero.

Unos minutos antes de llegar a la estación, cogí mi valija y fui al aseo. Al poco rato el tren se detuvo junto al andén y mientras emprendía de nuevo la marcha pude oír a la señora gritar:

- ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Me han robado!

A la salida de la estación tomé un taxi para llegar a casa, saqué de mi bolsillo la cartera de fina piel con aroma a perfume francés. Poco podía imaginar aquella señora que esa era mi segunda afición favorita.


De El Círculo de los Nombres

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1 comentario:

Teresa Cameselle dijo...

Hola Ricardo: he llegado hasta aquí siguiendo los enlaces del blog de El Desván.
Me ha gustado mucho tu relato, lleno de suspense.
Un saludo.