viernes, 21 de febrero de 2020

Presentación de Brotes en Barcelona


Conocí a Ricardo Fernández Moyano, si no recuerdo mal, creo que no habíamos coincido antes, en un Festival de Poesía que tuvo lugar en Viladecans, un festival llamado Vilapoética. Corría el año 2011 y ambos compartimos mesa (que no mantel) en una mesa redonda donde se abordaba el tema del viaje en la poesía o la poesía en los viajes... o algo así. Ha llovido un poco desde entonces y la memoria anda perdida por los andurriales de una espesa niebla. Con esto quiero decir que, de aquel encuentro, de aquellas experiencias compartidas, nació una simpatía mutua y un interés sincero por la obra, la poesía y los logros que hemos ido celebrando por el camino. Y debo advertir que el mérito no es mío. Difícilmente no se puede ser amigo de Ricardo, pues la bondad y la nobleza, creo, creo no, afirmo, son características de su bonhomía y personalidad.
Muchos de los que estáis aquí sabéis quién es y conocéis la trayectoria personal y poética de Ricardo, pero para quienes no le conozcáis os haré una muy breve semblanza, un par de pinceladas:
Es natural de Minaya, en Albacete, aunque lleva muchos años residiendo en Zaragoza. Profesor de EGB, retirado ya diría, en la especialidad de Ciencias Humanas y es miembro de la Asociación Aragonesa de Escritores. Es escritor, obviamente. Ha escrito poesía y narrativa. En poesía ha publicado diez libros, creo, y su obra está recogida en numerosas antologías colectivas. Es pintor autodidacta y también ha expuesto su obra en numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas. Estamos pues, ante una persona que aborda diferentes disciplinas artísticas.
Bien, dicho esto, y presentado nuestro poeta, vayamos al asunto que nos ha reunido hoy aquí, alrededor de este libro, de esta antología breve de poemas, o de poemas breves. Antología que lleva por título: Brotes.

Antología que se abre con una cita, una preciosa cita del poeta Eloy Sánchez Rosillo:
¿Por qué te niegas a acudir, poema?
Esta tarde podrías hacer dichoso a un hombre
que espera oír tu misteriosa música
para saber que vive.


Versos, estos, que muestran la necesidad que tiene el poeta de vaciarse en la poesía, de darse en el poema, en esa misteriosa música, para saber que está vivo. Y en muchos de estos poemas, de los poemas que tendréis la ocasión de comprobar cómo el poeta, Ricardo, se vacía y, en cierto modo, metafóricamente hablando, se desnuda, o nos muestra, con adornada crudeza: verdades realidades, ensueños y miedos.
En el prólogo, breve, en consonancia con el espíritu de la antología, el poeta Ángel Guinda (un gran poeta, un espléndido respaldo, dicho sea de paso) nos presenta las claves donde se sustenta la columna vertebral de los poemas. Esta antología reúne una parte de los textos más representativos de nuestro autor, de Ricardo, en cuanto a nivel formal (poemas de concentrada brevedad), en cuanto al contenido (puramente existencial) y al estilo (sencillo, claro, verdadero y directo). Tres pilares, tres ejes, sobre los que se sustenta el discurso poético de esta antología y que, confío hacerlo acertadamente, vamos a ir desgranado a partir de ahora.
En un principio, lo de concentrada brevedad lo encontramos en la mayoría de los poemas, algunos de ellos de tan sólo dos versos. En ocasiones, dos versos ya abren o cierran, en sí mismos un universo. se suelo –creo, a veces me han hecho esta observación- considerar que un poema breve es cosa baladí, algo que se hace con un simple pensamiento o en un momento de gracia. Y no es así. Conseguir concentrar un pensamiento, una emoción, una reflexión, en tan sólo dos versos requiere den una gran capacidad de condensación y de un gran esfuerzo expresivo para que, en esas escasas palabras, se nos transmita una idea, una ráfaga de emoción y de humanidad.
Dedicatoria, el poema que abre esta antología, nos enlaza con los versos de la cita de Eloy Sánchez Rosillo, en cuanto a esa necesidad de recordar la vida y la creación y, también, nos enfrenta al paso inexorable del tiempo y de la vida.

DEDICATORIA
AL recordar aquellas dulces horas
nació el poema,
y mi aura encadenada a su recuerdo,
volvió a sentir el pálpito
de vivir y morir en el olvido.


Y el poeta escribe el poema justamente por y para eso, para que su vida, su paso por este valle de lágrimas, no sea pasto del olvido. Existe esa necesidad de perpetuarse en el poema, en la palabra.
Y en los poemas surge una mirada dirigida hacia el pasado, una mirada que se alarga hasta llegar a la edad de la infancia y de la inocencia, hasta llegar a la región del sueño y allí, con el corazón herido por el paso de los años y la verdad que nos persigue como una sombra "soñar con aquello que no somos/ y soñar con haber sido otro."
La poesía, la palabra, está muy presente en su discurso poético. El poeta vive siempre con esa incertidumbre de si sabrá dar en palabra el fruto de la vida. 
A veces esa incertidumbre se convierte en una obsesión. El poeta necesita encontrar el verso que dé la medida exacta de lo que desea expresar. Y en esa vocación da la vida. Y la vida es un enigma, "una luna sangrante que hiere el eco de la voz y la palabra." Tanto es así, que la voz del poeta es su luz, es su guía. Ante la duda, en la lucha, en la batalla diaria, la voz abre siempre caminos. La voz borra toda huella de silencio y ahuyenta a los fantasmas de la soledad.

El olvido, la obsesión por no serlo, por no ser parte de ese olvido que seremos un día, está muy presente en muchos de los poemas de esta antología. Y los versos nos muestran también la lucha por ganarle (aún sabiendo que es batalla perdida) terreno al tiempo. El poema "Tiempo del olvido" es una hermosa muestra de esa lucha denodada contra la desmemoria y el extravío.

"mudo testigo de esa estéril lucha
que le llevó de la nada al olvido."

Estos versos me recordaron aquella cita de Groucho Marx: "Partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria." 
En esa clave, en la de no ser pasto del olvido, la mirada (la mirada humana, la poética) incide hacia las etapas de la infancia y de la juventud. Una mirada que, inevitablemente, rescata imágenes y mensajes del pasado. Mensajes que llegan, casi siempre, en una botella que, a medida que el tiempo avanza, vamos viendo medio vacía.
"Nacer, morir, ya nada importa." Quizá porque nacemos cada día y, quizá, porque morimos cada noche. Somos el mismo y vamos dejando de ser el mismo. Al final, lo que realmente importa (varios de los poemas siguen esta línea de pensamiento) es vivir, vivir en los espacios de luz; la vida es una ráfaga de luz que une dos oscuridades y dos vacíos: el de antes de nacer y tras la muerte. Esta idea viene perfectamente desarrollada en el poema Vivir:

NACER, morir,
ya nada importa.
Vas dejando una estela
en el acre perfume de la tarde
y tras tus ojos muere
la luz de tus carencias.
Sólo vivir
es importante.


Y lo raro, lo increíble, es existir. Es este milagro que llamamos vida que quisiéramos que no se acabase nunca. Por esta línea filosófica y vital transitan algunos de los poemas de esta antología. Son juegos de luz y de sombras (en lo que interpreto ese lado barroco del que habla Ángel Guinda
en el prólogo.) 
En el poema "Escribir para vivir" Ricardo nos plantea una poética y una razón de vida. O una de las razones de vida. La de escribir para contarla y la de intentar, aunque sea sin éxito, ganarle, como ya dije antes, la partida al tiempo. Porque el paso del tiempo es una de las claves de la poesía de Ricardo o, al menos, una de las claves principales de esta antología. Otra clave, otro pilar donde se sustentan los poemas, es la muerte.
Por eso, la lucha por vencer a la muerte, la lucha por doblegar al paso del tiempo, es el precio que pagamos por vivir.
En varios de los poemas del libro, Ricardo establece un juego de versos, un juego lírico, una propuesta hacia el lector para atraparlo en la dinámica cíclica de las ideas y de los versos. Como son, por ejemplo, los poemas
"Certezas" y "Madurez".
"Certezas" comienza con estos versos:

ALGO mágico envuelve la vida,
y eterno, ronda la muerte.
Y termina con estos:
Algo mágico envuelve la muerte
y eterno, ronda la vida.

Son poemas que yo llamo, poemas círculo. Poemas que empiezan como terminan (o casi) y que terminan como empiezan (o casi). Quizá como un reflejo fidedigno de la vida, o la vida es el verso que une Alfa y Omega. En definitiva, la muerte y el tiempo son dos grandes temas que nos llevan al gran tema: la VIDA, en mayúsculas, el gran milagro.
Voy citando poemas, y ya llevo unos cuantos, que me han cautivado. Como es "Nocturno en sol", que para mí es una muy hermosa plasmación del paso del tiempo. Recomiendo que lo lean con- delectación. Y "Nocturno I", un poema de un solo verso: "Es larga la noche sin luna". Un único verso que abre una infinidad de interpretaciones. ¿Es literal o esa luna representa algo sagrado, vital, para el poeta? Parece increíble que un solo verso pueda dejar tantas puertas abiertas.
Aunque en el libro, ya ha ido haciendo acto de presencia (y aprovecho para decir que el libro está dedicado a la esposa del poeta) a partir del poema "Espera" entramos en una serie de poemas donde el amor capitaliza la voz del poeta. El amor de los poemas está hecho de tacto, es un amor carnal. No es un amor platónico, de ensoñación, sino que necesita y precisa del contacto físico.

A partir de aquí vamos recalando en todas las facetas emocionales que he ido plasmando: el paso del tiempo, la nostalgia, esa mirada hacia la infancia lejana pero que no perdida, y la celebración de la vida y el don de saborear el paso de los años, como muestra el poema "Plenitud"

PIENSA que no morirá joven.
La vida le ha otorgado
el don de saborear los años.
y la presencia del amor como esa tormenta que nos atrapa -como dirá el
poeta, "la locura es la piel".
Y en la lectura llegamos al poema "Brotes" que le da nombre a toda la antología. Quizá, porque tenemos la necesidad de brotar, o rebrotar, cada día; renacer y expresar la magia de la vida que, pese a sus instantes de dolor y de pesadumbre, es la luz que nos da valor, calor y energía para ser en nosotros mismos y existir en los demás.
Pero no sólo en esta antología hay una larga mirada hacia atrás, también hay un acercamiento al presente, a la modernidad, en la forma y en el lenguaje; también una inquietud ante lo que nos deparará el futuro. Al final, somos sombras, carne de cierzo, breve soplo de frío viento. Así lo expresa en el poema titulado "Reflexión": 

NADIE conoce
qué nos espera tras la niebla;
ni siquiera en los días más serenos
logramos otear
detrás del horizonte.

Y como nos aventura el poeta en uno de los poemas finales "Delgada es la línea que separa amor y muerte." En ocasiones, perder el amor, perder el deseo de vivir, el deseo de amar, es como morir. Y esta muerte, sí, va más allá de la muerte física, porque ésta, sí, es una muerte lenta y dolorosa. Si han ido siguiendo la lectura del libro, o ya lo han leído, se habrán percatado de que, siguiendo con la coherencia de la brevedad de la antología, los títulos de los poemas, en su gran mayoría, constan de una sola palabra y que llegan, a lo sumo, en ocasiones, a tres. Hecho que destaco para reafirmar la coherencia con la que esta antología ha sido pensada y creada.

Ya acabo. Tomemos estos brotes de versos y de vida (de vida pasada y de vida presente) y disfrutemos de estos poemas que nos llegan con la brevedad de su expresión y con la hondura de sus reflexiones. Dice el refrán que el bote pequeño guarda la buena confitura, y dijo Baltasar Gracián que "lo bueno, si breve, dos veces bueno". Disfrutemos, pues, de la brevedad de lo eterno. Muchas gracias, Ricardo, por compartir, con todos nosotros, estos poemas, estos versos, estos brotes de savia nueva nacidos desde la memoria que huye siempre del pozo del olvido.

José Luis García Herrera

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