Siempre que me invitan a presentar un libro me pregunto sobre el sentido y el por qué de la tentación que se me ofrece. Porque podría haberme quedado, sin dificultad e incluso con mayor placer, bien callado. Por supuesto que el primer motivo es siempre personal. Y a Ricardo Fernández Moyano lo aprecio. Me parece que es un poeta que va con su verdad poética por delante. Y es que el poema tiene mucho que ver con el ideograma kanji de la verdad y la sinceridad (me refiero a ese vocabulario escrito que poseen en común el chino y el japonés), esa palabra compuesta para la verdad es la de una persona que se queda de pie junto a su palabra 信, porque custodiar el decir es lo que hacen los poetas. Así que el motivo tiene que ver con una relación personal, pero es una relación con la verdad. Confieso que lo segundo que me animó a aceptar, es el título del poemario, "El filo del no". Y me dio que pensar ese no, porque yo mismo entiendo que la poesía consiste esencialmente en decir que sí, en conmemorar el ser. Los que me han leído saben que es esto lo que hago, pero es que incluso cuando niega, el poema lo hace para decir su acuerdo con algo más grande y valioso. El resto del título no resulta menos tentador, menos intrigante. Pues se refiere al filo. El "no" tiene filo, corta o taja. De inmediato, en cuanto lo leí, me vino a la memoria una palabra en sánscrito, tomada del vedanta y del budismo, y que me persigue un poco por todas partes. Me refiero a "vashra" (vraja), que significa tanto diamante como rayo, es decir, una dureza que corta e ilumina, y que es la base del objeto mágico en estas civilizaciones, como un cuchillo o un arma. Creo que esto me iba acercando, todavía con pasos quedos, al libro de Ricardo. Lo iba haciendo a través de las sugestiones del título. El filo es lo que corta o separa, eso que se dice en griego κρίνειν, y de donde vienen nuestras palabras "crisis", "crítica" o "criterio". Igual que el cuchillo del rayo, separa o distingue lo claro, puesto que lo hace separándolo de la oscuridad. Nuestras crisis son siempre hijas de un no, ese no es como una tajamar que parte en dos. De la crisis viene la crónica. Por ejemplo el enamoramiento es una crisis; es el amor el que se hace crónico y tiene historia propiamente dicha. Don Juan no quiere que le vengan con historias, porque para él importa no estar dormido. Busca cambios, rupturas, crisis. Evitando esos tiempos muertos que forman parte de toda historia de vida, de un amor para vivir.
"Pasan los días y las horas,te preguntas por qué sigues ahí
sondeando el sentido del pálpito."
Así comienza el poemario, casi como haciendo actual el título de su primer libro, "Tras la huella del tiempo", publicado hace veinticuatro años. En cambio, el segundo poema de El filo del no termina así:
"Cuando despierte
todo será comienzo."
¿Comienzo de qué? ¿Desde dónde? La respuesta creo yo que se encuentra en la página veinte, y de alguna manera se apodera del núcleo narrativo, porque este poemario bien puede leerse como un solo y largo relato poético. En esa página el poeta describe un episodio, yo sé demasiado bien en qué consisten ese tipo de episodios. Me refiero a que uno se sabe morir. Y los médicos los llaman episodios como si fuera probable que hubiera más. No es así, pues como decía el poeta Dylan Thomas, "después de la primera muerte ya no hay otra." La que sí es otra, del todo diversa, es la vida. Porque entonces uno se convierte en un superviviente. Y, como afirmaba el filósofo Jacques Derrida en su última entrevista, cuando ya se le había diagnosticado una enfermedad mortal, el que sobrevive aprende por fin a vivir. Así es que ese no apuntaba a un sí, de acuerdo con mi hipótesis sobre la esencia de la poesía. En este caso se trata de un nuevo inicio, casi se perciben todavía los delgados hilos del sueño, cuando el poeta abre el poema, el relato, el libro. Es verdad que el posterior, y redentor, hallazgo de la vereda, tiene un nombre propio, siempre hay más de un ángel, como advertía el gran Francisco de Aldana, soldado, poeta y místico, en una de sus epístolas, en las que se conjugan sin violencia la pureza del verbo y la exaltación del pensamiento. Sin embargo los nombres propios son intraducibles, están liberados del intercambio de palabras. Y nos viene subido a una aliteración, Vera, verdad, vereda, igual que todo "El filo del agua", que se derrama como el licor de una arteria rota, en esta abundancia de aliteraciones. El memento mori, pronóstico de la finitud, puede dibujarse con unos de los de los versos más limpios del libro. Esos dedicados al destino de un olmo salvaje. Y esto es lo que nos presenta Ricardo sin olvidar que el tiempo deja huellas y cicatrices. De esas que puede ayudar a soldar la belleza del poema.
Julio García Caparrós
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