Desde el largo paréntesis de las academias estivales, desde un tiempo en suspenso propicio al compañerismo, desde aquel apeadero académico, coleguil y franco, llega Ricardo.
Desde una juventud que marchaba al encuentro con el mundo, desde la confluencia, política y personal, de la transición de los ochenta, desde la buena voluntad con la que emprendimos la tarea de vivir, llega Ricardo.
Desde los primeros versos incendiarios, desde el huracán de la luz de Eloy Sánchez Rosillo, desde Pacumbral, Ángel Guinda y Georges Harrison, llega Ricardo.
Desde la utopía no violenta, desde la espiritualidad que busca encontrar a Dios en los hermanos, desde la distancia que no aleja, llega Ricardo.
Desde el amor que salva, desde la amistad que abriga, desde la paternidad que anula el egoísmo, llega Ricardo.
Desde los necesarios rituales de identidad, desde la voz en la memoria, tras la huella del tiempo, llega Ricardo.
Desde el olvido a dentelladas de pupitres, desde el zarzal que hay que atravesar hasta penetrar en el fruto, desde la secreta hoguera del cuerpo, ungido de transparencias, llega Ricardo.
Desde Minaya, Zaragoza, Trasmoz, Madrid, llega Ricardo.
Desde sus poetas suicidas, desde sus alados haikus, desde sus tertulias, encuentros, revistas, cuadros, desde la margen izquierda, llega Ricardo.
Hasta su Albacete añorado, hasta sus parques otoñales, hasta sus calles cómplices.
Hasta sus bienamadas librerías, hasta sus amigos de siempre, hasta sus colegas poetas, hasta hoy, hasta este instante y este lugar, con todo lo suyo a cuestas, para compartir su verdad y su vida, hasta vosotros, con sus brotes de luz, llega Ricardo.
Frutos Soriano
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