Ricardo Fernández Moyano, Zarzal
FNAC (30.06.15). 20:00 h.
Cuando terminamos la lectura de Zarzal, un dato formal nos llama en seguida la atención: comienza con un prefacio y concluye con un epílogo; de momento, nada anormal: los prefacios van delante y los epílogos detrás. De acuerdo. Pero si ponemos un poco de atención, nos encontramos con que el prefacio es una síntesis autobiográfica del hombre a quien el mundo y la vida sólo le ha proporcionado grandes decepciones que únicamente ha podido sortear a través de la palabra; por medio, pues —y en este caso—, de la poesía.
El epílogo es un monólogo, y dice Fdez. Moyano que lo es de un lagarto. Problema, porque aun sin profundizar en los hábitos de los reptiles saurios, me temo que entre éstos no se encuentre el don de la palabra. Sin embargo, se trata de un problema sólo prosopopéyico, nada más, puesto que en poesía un lagarto puede hablar, ya lo creo que puede hablar. En este epílogo monologado lo hace como sólo un lagarto podría hacerlo, poseído por el poeta que le presta un lenguaje alojado por debajo de la realidad, ocupando el lado irracional de la imagen capaz de abducirlo finalmente o mutarlo en cualquier morfología; o acaso también una suerte de Proteo al que el poeta, disfrazado, puede por fin engañar para obligarle a dictar su oráculo.
Si, como decíamos, el prefacio signa la fisonomía del hombre sujeto al poder embaucador de la realidad de la que escapa por medio de la palabra poética, el epílogo señala al ser transformado, poseído ya por la palabra, mutado y, por lo tanto. poseedor también de ese verbo esquivo.
El decadentismo decimonónico francés llamó Pouvoir poétique lo que en España ha pasado a figurar como "conciencia poética" y cito este asunto porque su carga semántica es bien patente en este Zarzal de Ricardo que hoy presentamos. No sería decir mucho acentuar el carácter existencial de este libro, como muy poco sería destacar sus rasgos experienciales. Poco, digo, porque existencia y experiencia son dos ejes sobre los que gira la poesía a lo largo de su historia, incluso la poesía parnasiana, que negaba radicalmente ambos conceptos. Pero si estos argumentos inalienables son evidentes en Zarzal, lo son porque entre aquellos prefacio y epílogo transitan, en el intervalo de los tres apartados que completan un total de cinco, setentaiún poemas que construyen ese onthós existencial, ese onthós que se nutre de experiencia y que configura un todo esencial para el poeta atestiguado irrefutablemente en este verso aseverativo: "Nada me aleja de la vida." Y tiene razón Ricardo en tanto Zarzal se desenvuelve en varios registros temáticos que van desde la abstracción de una realidad séptica hasta la empatía por los estigmas de la marginación social, pasando por una visión a veces macrocósmica del perfil de la naturaleza, a veces microcósmica del mundo urbano y de sus accidentes o dejando libre una sensualidad vital, empírica, en la que la pituitaria, la retina, la piel, los pabellones se hunden en aromas, panoramas, tactos y sonidos que atañen lo mismo a la percepción puramente sensorial que a la construcción intelectual de la sintaxis, de la sintaxis, repito, pues los poemas de este Zarzal se presentan ausentes de ornamentos en un laudable y saludable ejercicio de desnudez verbal, de encarnación sincera de la palabra. En efecto, nada lo aleja de la vida porque nada lo aleja de la poesía. Y aquí es válido conceder sentido totalizador a ambos sustantivos si estimamos que la vida individual está ligada a la poesía individual como tándem estético y vital que se opone al totalitarismo de la neutralidad social. Se trata de un Yo que se enfrenta a un nosotros difuminador de sus perfiles. Este principio fue exacerbado por el Romanticismo histórico, pero, desde entonces, rarísima vez se lo ha sacudido de encima la poesía, la española al menos; y ni falta que hace, por otra parte.
Al servicio de ese despliegue ontológico pone en juego Ricardo Fernández Moyano tres de las posibles perspectivas del Yo: el yo propio en su manifestación abiertamente lírica, el yo trasladado a un tú retórico y el él o la impersonalidad tomada a partir de la deducción autoral que le exime a éste, al autor, de la presencia taxativa del poeta. En ese yo propio no vamos a encontrar, sin embargo, ningún treno lacrimógeno, ninguna queja patológica, ninguna exigencia caudillista. Antes al contrario, el verbo de Ricardo se expresará siempre sereno aunque contundente, tomando la necesaria distancia para no desvirtuar la hondura del mensaje o la morfología que lo transmite.
Al servicio de ese despliegue ontológico pone en juego Ricardo Fernández Moyano tres de las posibles perspectivas del Yo: el yo propio en su manifestación abiertamente lírica, el yo trasladado a un tú retórico y el él o la impersonalidad tomada a partir de la deducción autoral que le exime a éste, al autor, de la presencia taxativa del poeta. En ese yo propio no vamos a encontrar, sin embargo, ningún treno lacrimógeno, ninguna queja patológica, ninguna exigencia caudillista. Antes al contrario, el verbo de Ricardo se expresará siempre sereno aunque contundente, tomando la necesaria distancia para no desvirtuar la hondura del mensaje o la morfología que lo transmite.
Hay en Zarzal un pesimismo activo, un pesimismo vital, un pesimismo surgente e insurgente; un dúctil paseo por el ánimo, asunto que parece ser antiguo en su escritura, pues tiene (su escritura) el ritmo del hábito, de la desacostumbrada costumbre de escribir bien líricamente (y acuso aquí recibo del significado que le otorga con muchísima razón histórica la retórica) sobre la nostalgia y las pérdidas, sobre la pesadumbre de estar vivo para contemplar la muerte alrededor, la desolación humana. En esta descripción dolorida reside, no obstante, la rasmia del vivir para renacer no sólo en la grata memoria de un lost paradise acunado por la música suave de un otoño, sino en la escritura del tiempo que la dilata y que halla su final en la conciencia plena de la desaparición. Este todo otra vez vital capaz de zarandear la pesadumbre del paso del tiempo a la vez que capaz de estimular la fugacidad del placer carnal como un instinto al final vencido, le concede de inmediato al poeta Ricardo la consciencia de estar vivo, la convicción de que el hombre —como entidad puramente antropológica— es un eterno ser anhelante, aunque destinado sin elusión a la ceniza, y cito de su poema "Impotencia": "sin poder liberar los cuerpos / de la torpe amenaza de las parcas." Este estado digamos espiritual que los poetas latinos denominaban animi dispositio porque nunca especularon con él, oscila, pues, entre dos certezas: la del existir y la del ser (que no son lo mismo aunque lo parezca), un estado espiritual en el que el péndulo va paulatinamente inclinándose hacia una de ellas: hacia la conciencia de ser (está subrayado), lugar más cierto donde la poesía se inscribe.
Zarzal es más cosas que las dichas aquí, pero a mí me interesa esta conciencia, aquel Pouvoir poétique que reúne en este libro de Ricardo la forma varia del verbo en él vertido y la convicción de serlo, de ser verbo, quiero decir. Convicción tan escasa aún en la actual poesía, inclinada más al disimulo, a la apariencia, que por ello mismo otorga un valor sobresaliente a esta osadía espinada de emociones que hace de Zarzal un libro ciertamente singular.
Felicidades, Ricardo, y gracias.
Manuel Martínez Forega
2 comentarios:
Probablemente modificado por el "corrector" automático, debe corregirse de nuevo lo siguiente:
párrafo 4, línea 20, dice empírico; debe decir empírica
Párrafo 5, línea 6, dice freno; debe decir treno
Párrafo 6, línea 20, dice anima dispositivo; debe decir animi dispositio
Gracias, Carlos, por ambas cosas: por hacerte eco de este texto y por corregirlo.
Un abrazo.
Manuel
Ya está corregido Manuel.
Un abrazo.
Ricardo
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