DIARIO DE NAVARRA, 13 de agosto de 2009
Suicidas como relatos
Carlos Janín Orradre, pamplonés de 1944 y de la Plaza que entonces llamábamos Circular -Príncipe de Viana-, doctor en Filología Románica por Montpellier, ha enseñado literatura en Lyon. Ahora, ya jubilado, reside en Granada y publica aquí este Diccionario del suicidio
FERNANDO PÉREZ OLLO
El libro "podría titularse asimismo Los mil y un suicidios, pues puede leerse como una colección de relatos" asegura la contraportada. Tal vez. Pero, según le oí a Jorge Semprún, la manera más imaginativa y sorprendente de leer un diccionario es seguir el orden alfabético de las entradas, en este caso 851 -de Accidente laboral a Zweig, Stefan-, personales casi en el 90 por ciento. Así, el lector informado que se asome a estas páginas puede sufrir un soponcio, cuando encuentre las entradas de Pío Baroja, Cela, Gómez de la Serna, Julien Gracq, Jardiel Poncela, Valle-Inclán, Inma Turbau o Félix de Azúa, éstos dos últimos felizmente vivos y los otros citados no a título biográfico, sino literario, por sus opiniones sobre el asunto. Abundan, desde luego, las voces dedicadas a escritores y escritoras que decidieron quitarse la vida, aunque no lo consiguieran -como Martin Monestier, que durmió tres años en un ataúd y superó tres ruletas rusas, o el mismo J. Conrad, enamorado de doña Rita, quizá la bailarina húngara Paula Horváth/Paula de Somogy,dama del entorno marsellés del pretendiente Carlos de Borbón, VII, según la legitimidad carlista-, referencias ilustres que pueden difundir la idea de que los letraheridos son el gremio más proclive al desarreglo moral -Durkheim dixit(1897), ayudado por su sobrino Marcel Mauss-, origen de este acto definitivo. Claro es que no todos los finales voluntarios son iguales. Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Virginia Woolf, suicidas por inmersión -a Schnitzler le rescataron del Rin-, guardan escasa relación con Raúl Gómez Jattin, arrollado en una autopista, María Poliduri, Sylvia Plath, Karoline von Günderode y el peruano JM. Arguedas. La gente de letras no resulta, sin embargo, el colectivo más proclive a este final de la vida, como podría pensar quien lea Suicidas, antología preparada por Benjamín Prado, o Bartleby y compañía de Vila -Matas (2000). Janín aporta datos esclarecedores sobre los profesionales de la Medicina y del Ejército y sobre la adolescencia. Ya Durkheim observó la predisposición de los militares al suicidio, "muy superior a la de la población civil de la misma edad", actitud facilitada por la posesión profesional de armas, como también ocurre con las fuerzas del orden, y las condiciones extremas en caso de guerra. En cuanto a las clases sanitarias, más evidentes que los datos reales es "el fácil acceso a los fármacos y sus conocimientos sobre su uso". Lo dicho de los escritores parece aplicable a pensadores y filósofos, incluidos Sócrates y Cioran. El filósofo griego no se suicidó, stricto sensu, "pero alguien tan entusiasta defensor de la muerte como él tal vez no necesitara el empujón de la sentencia para beber la cicuta"; el rumano sostuvo que suicidarse era cosa de optimistas, y así él murió de viejo. Antes Schopenhauer había pensado que el suicidio demostraba la voluntad de vivir, y lo condenaba.
Palabra moderna
Suicidio, matarse uno a sí mismo, es palabra latina inexistente en latín. Los romanos hablaban de mors voluntaria o de darse la muerte (mortem sibi conciscere), expresiones que, como las usadas en griego, responden más a la idea de morir que a la de matar.
Suicidio es neologismo tardío y de origen británico, según Corominas, que sigue a Moratín -quien lo propagó en castellano-, pero según Ramón Andrés, otro pamplonés (Historia del suicidio en Occidente, 2003), la palabra la habían empleado antes fray Fernando de Ceballos (1772) y J.P. Forner (1792). El DRAE lo incorporó en 1817. Littré,en 1863, aún se resistía a la malformación del vocablo, porque, olvidada la raíz clásica, comporta un doble uso del pronombre reflexivo (suicidarse). Janín remata el asunto con la definición de la OMS: "El acto de suicidarse es un atentado contra la propia persona en un grado variable en cuanto a la intención de morir. El suicidio es el acto de suicidarse con fatal desenlace".
Tabú, delito, derecho
La definición, una pizca tautológica, hurta elementos esenciales, como expone André Comte-Sponville en su Dictionnaire philosophique (2001), no citado por Janín: "Es el homicidio de no mismo. Por eso hay quienes ven en él un crimen. Yo lo considero un derecho (.) Cuidado, sin embargo, con darle más importancia de la que conviene. No es ni una consagración ni un sacramento, ni una moral ni una metafísica. Suicidarse es elegir, no la muerte (no nos cabe tal elección: de todas maneras hay que morir), sino el momento de la propia muerte. Es un acto de oportunidad y no el absoluto que a veces se quiere ver en él (.) Es el atajo definitivo".
Comte-Sponville cita a Montaigne, cuyo razonamiento no es incuestionable: "Así como no ofendo las leyes contra el robo cuando me despojo de mi propia bolsa, ni las vigentes contra los incendiarios cuando quemo mis propios bosques, así tampoco violo las leyes contra el homicidio, si me quito la vida". Sabido es que Montaigne, como antes Juan del Encina, resulta más libre y heterodoxo que la Enciclopedia, que condena el suicidio directo y el indirecto y se sitúa más cerca del tomismo que de los estoicos antiguos y aun de penalistas contemporáneos como Beccaria y Filangieri, que excluyen de la legislación toscana el delito de suicidio. Éste es un tabú en el cristianismo, el islam y el judaísmo, como explicó Hannah Arendt, pese a los variados ejemplos que ofrece la Biblia. En cuanto al Corán, lo define como el peor pecado.
Libro interesante, con tono diferente -a veces irónico, a ratos impersonal, según corresponde a un diccionario-, alguna contradicción y entradas en ocasión redundantes. Así, no se entiende bien por qué las de alcohol, arsénico, cicuta, láudano y veronal no van incluidas en la de envenenamiento. Por cierto, el veronal "en fuertes dosis es de efecto mortal y puede utilizarse tanto para el asesinato como para el suicidio" (sic). Como los demás, supongo.
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Suicidas como relatos
Carlos Janín Orradre, pamplonés de 1944 y de la Plaza que entonces llamábamos Circular -Príncipe de Viana-, doctor en Filología Románica por Montpellier, ha enseñado literatura en Lyon. Ahora, ya jubilado, reside en Granada y publica aquí este Diccionario del suicidio
FERNANDO PÉREZ OLLO
El libro "podría titularse asimismo Los mil y un suicidios, pues puede leerse como una colección de relatos" asegura la contraportada. Tal vez. Pero, según le oí a Jorge Semprún, la manera más imaginativa y sorprendente de leer un diccionario es seguir el orden alfabético de las entradas, en este caso 851 -de Accidente laboral a Zweig, Stefan-, personales casi en el 90 por ciento. Así, el lector informado que se asome a estas páginas puede sufrir un soponcio, cuando encuentre las entradas de Pío Baroja, Cela, Gómez de la Serna, Julien Gracq, Jardiel Poncela, Valle-Inclán, Inma Turbau o Félix de Azúa, éstos dos últimos felizmente vivos y los otros citados no a título biográfico, sino literario, por sus opiniones sobre el asunto. Abundan, desde luego, las voces dedicadas a escritores y escritoras que decidieron quitarse la vida, aunque no lo consiguieran -como Martin Monestier, que durmió tres años en un ataúd y superó tres ruletas rusas, o el mismo J. Conrad, enamorado de doña Rita, quizá la bailarina húngara Paula Horváth/Paula de Somogy,dama del entorno marsellés del pretendiente Carlos de Borbón, VII, según la legitimidad carlista-, referencias ilustres que pueden difundir la idea de que los letraheridos son el gremio más proclive al desarreglo moral -Durkheim dixit(1897), ayudado por su sobrino Marcel Mauss-, origen de este acto definitivo. Claro es que no todos los finales voluntarios son iguales. Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Virginia Woolf, suicidas por inmersión -a Schnitzler le rescataron del Rin-, guardan escasa relación con Raúl Gómez Jattin, arrollado en una autopista, María Poliduri, Sylvia Plath, Karoline von Günderode y el peruano JM. Arguedas. La gente de letras no resulta, sin embargo, el colectivo más proclive a este final de la vida, como podría pensar quien lea Suicidas, antología preparada por Benjamín Prado, o Bartleby y compañía de Vila -Matas (2000). Janín aporta datos esclarecedores sobre los profesionales de la Medicina y del Ejército y sobre la adolescencia. Ya Durkheim observó la predisposición de los militares al suicidio, "muy superior a la de la población civil de la misma edad", actitud facilitada por la posesión profesional de armas, como también ocurre con las fuerzas del orden, y las condiciones extremas en caso de guerra. En cuanto a las clases sanitarias, más evidentes que los datos reales es "el fácil acceso a los fármacos y sus conocimientos sobre su uso". Lo dicho de los escritores parece aplicable a pensadores y filósofos, incluidos Sócrates y Cioran. El filósofo griego no se suicidó, stricto sensu, "pero alguien tan entusiasta defensor de la muerte como él tal vez no necesitara el empujón de la sentencia para beber la cicuta"; el rumano sostuvo que suicidarse era cosa de optimistas, y así él murió de viejo. Antes Schopenhauer había pensado que el suicidio demostraba la voluntad de vivir, y lo condenaba.
Palabra moderna
Suicidio, matarse uno a sí mismo, es palabra latina inexistente en latín. Los romanos hablaban de mors voluntaria o de darse la muerte (mortem sibi conciscere), expresiones que, como las usadas en griego, responden más a la idea de morir que a la de matar.
Suicidio es neologismo tardío y de origen británico, según Corominas, que sigue a Moratín -quien lo propagó en castellano-, pero según Ramón Andrés, otro pamplonés (Historia del suicidio en Occidente, 2003), la palabra la habían empleado antes fray Fernando de Ceballos (1772) y J.P. Forner (1792). El DRAE lo incorporó en 1817. Littré,en 1863, aún se resistía a la malformación del vocablo, porque, olvidada la raíz clásica, comporta un doble uso del pronombre reflexivo (suicidarse). Janín remata el asunto con la definición de la OMS: "El acto de suicidarse es un atentado contra la propia persona en un grado variable en cuanto a la intención de morir. El suicidio es el acto de suicidarse con fatal desenlace".
Tabú, delito, derecho
La definición, una pizca tautológica, hurta elementos esenciales, como expone André Comte-Sponville en su Dictionnaire philosophique (2001), no citado por Janín: "Es el homicidio de no mismo. Por eso hay quienes ven en él un crimen. Yo lo considero un derecho (.) Cuidado, sin embargo, con darle más importancia de la que conviene. No es ni una consagración ni un sacramento, ni una moral ni una metafísica. Suicidarse es elegir, no la muerte (no nos cabe tal elección: de todas maneras hay que morir), sino el momento de la propia muerte. Es un acto de oportunidad y no el absoluto que a veces se quiere ver en él (.) Es el atajo definitivo".
Comte-Sponville cita a Montaigne, cuyo razonamiento no es incuestionable: "Así como no ofendo las leyes contra el robo cuando me despojo de mi propia bolsa, ni las vigentes contra los incendiarios cuando quemo mis propios bosques, así tampoco violo las leyes contra el homicidio, si me quito la vida". Sabido es que Montaigne, como antes Juan del Encina, resulta más libre y heterodoxo que la Enciclopedia, que condena el suicidio directo y el indirecto y se sitúa más cerca del tomismo que de los estoicos antiguos y aun de penalistas contemporáneos como Beccaria y Filangieri, que excluyen de la legislación toscana el delito de suicidio. Éste es un tabú en el cristianismo, el islam y el judaísmo, como explicó Hannah Arendt, pese a los variados ejemplos que ofrece la Biblia. En cuanto al Corán, lo define como el peor pecado.
Libro interesante, con tono diferente -a veces irónico, a ratos impersonal, según corresponde a un diccionario-, alguna contradicción y entradas en ocasión redundantes. Así, no se entiende bien por qué las de alcohol, arsénico, cicuta, láudano y veronal no van incluidas en la de envenenamiento. Por cierto, el veronal "en fuertes dosis es de efecto mortal y puede utilizarse tanto para el asesinato como para el suicidio" (sic). Como los demás, supongo.
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3 comentarios:
Ricardo el tema del suicidio
siempre ha despertado curiosidad, controversia...
y no deja impasible a nadie. Vamos a tocar madera para que no se nos vaya la mente. Un abrazo. Me alegré mucho de conocerte. Tanto tú como tu mujer sois encantadores.
Ricardo, un buen complemento a tu librito, genial. Yo he puesto el artículo de las frases, que me ha parecido muy chulo,
Un saludo,
Juanma
Magnífico excursus sobre el suicidio, del que me alejo de puntillas sin hacer ruido...parece que hasta da un poco de miedo hablar de él...es tan trágico que alguien decida quitarse la vida...enhorabuena por tu blog...un abrazo de azpeitia
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