BROTES
Zaragoza, 15-junio-2017
Ricardo Fernández Moyano es un poeta que sabe esperar a la poesía. Aunque ya había obtenido diversos éxitos en certámenes poéticos, publicó en Albacete su primer libro de poemas “Tras la huella del tiempo”, ya cumplidos sus 40 años de edad. A partir de entonces, ha ido desarrollando una actividad poética creciente, colaborando en prestigiosas revistas literarias como Turia o Barcarola, incrementando sus premios de carácter lírico, participando en numerosas antologías... y aproximando progresivamente las fechas de publicación de cada poemario con el siguiente. Tanto que, considerando su producción en los últimos tiempos, bien podría calificarse de un poeta prolífico: tras la publicación de “Zarzal” en la acreditada editorial Amargord en el 2015, nos presentó “Poemas para ellas” en La Bóveda del Albergue hace solo seis meses. Si a ello sumamos un libro inédito “Cosmogonía del barro” escrito en el 2016 y el que ahora aquí nos convoca de nuevo, podemos atrevernos a afirmar, que Ricardo atraviesa la etapa más fructífera de su trayectoria literaria. “Brotes” representa un regalo estupendo para quien quiera captar de un golpe, de forma cuidadosamente destilada, una pequeña muestra de lo que todos estos poemarios contienen.
Porque “Brotes” conforma una sintética selección, una especie de sustancioso catálogo de los diversos contenidos y variadas formas poéticas en las que se adentra la poesía del autor, una antología de poemas breves, algunos muy breves. El record lo sustenta el “soliverso” de la página 30: “Es larga la noche sin luna”. Un único verso, capaz de dejar más rescoldo que otros largos poemas. Choca su brevedad con la larga extensión de la noche, la intensifica. Un pensamiento que delata una sensación probablemente colectiva que, sin embargo, no solemos advertir... como tantas percepciones implícitas en nuestra vida que somos incapaces de visibilizar, de sacarlas a la luz y darles forma. Probablemente este revelar por escrito lo invisible o lo que palpita desapercibido en lo cotidiano, sea unade las tareas más propias del poeta.
Este empeño se manifiesta en otros enclaves del libro. Ricardo sabe fijar su mirada, por ejemplo, en lo que se desvanece sin llamar la atención, no en el sol que al fugarse estalla en un vivo cromatismo, sino en un hermoso anochecer de luna, ya en plena madrugada.
Por momentos, sus versos se aproximan al dardo certero hacia el instante, de un buen haiku. En el poema “Nocturno II”, basta dejar a un lado dos palabras, para componer, fiel a su estructura silábica, uno de estos poemas clásicos japoneses:
Esa sonrisa
oculta tras de sí
lumbre callada.
Dos páginas adelante nos encontramos con el poema titulado “La huella del tiempo” donde basta trasladar el primer verso a la tercera línea para obtener la composición cánonica 5-7-5 de este sugerente haiku:
Ya solo queda
el roce de tus pasos
en mi presencia.
Me gusta el poema “Sazón”, su forma de describir una sensación “la llama de lo efímero, el vigor del instante” que a veces nos atraviesa la emoción sin hacerla palpable. Tomar conciencia de momentos así (de lo extraordinario que habita en lo común) y dejarlos reflejados en un papel en blanco con intensa y sintética belleza, insisto, representa en mi opinión, uno de los objetivos primordiales de la buena poesía.
Pero, si hay una referencia permanente, que asoma una y otra vez en esta antología, es la presencia imantadora de la muerte y el desaliento que provoca en una vida no cumplida respecto al sueño inicial, enfrentada estérilmente a las inalcanzables estrellas del deseo. La pelea vital conduce “de la nada al olvido”, dice: “han pasado estos años/ como una máquina terrible”, dice, “..frío en la sangre”... la soledad como única guarida, dice “Hay muertes que... con su caricia anticipada... te acercan a la muerte”, tras unos años, dice, de “sobrevivir al huracán de la existencia... sólo hay una certeza: la muerte” a la que termina definiendo con una espléndida y sorprendente metáfora: “la luz completa”.
Como tantos poetas de su generación, dedica algunos de sus versos al perdido paraíso de la infancia. Todavía hay un niño en el poeta, como refleja un poema que, tal vez, sobresale en originalidad y fuerza lírica, titulado “Nostagia”.
Pero sus puntos de fuga primordiales parecen ser la escritura poética y el amor.
En lo que se refiere al primer punto de fuga del implacable destino final, el quehacer poético, ya en la cita inicial del libro se reclama la aparición regeneradora del poema en unos versos de Eloy Sánchez Rosillo, poeta que representa un paradigma personal y estético para el autor.
Después aparece esporádicamente a lo largo del libro, una especie de lidia con el brotar del poema que, tal vez, podría condensase en dos versos: “aunque sus dudas sean más fuertes que su lucha/ no hay más luz que su voz”.
Nos regala un lema “Escribir para vivir”, significativo título de un poema en el que afirma:
VIVIR es morir en el intento.
No tengo más remedio que escribir,
dejar regueros de vida en la vida
en esta estéril lucha contra el tiempo...
Más adelante expresa lo que puede reconfortar esta tarea. Entresaco algunos de sus versos: “Desde el silencio... a veces... una palabra suelta/ una voz o un rumor... ilumina la noche/ y me despierta”.
Deja muy patente el segundo punto de fuga, la vivencia amorosa, en varias páginas del libro. Sólo “Ella” imagen del amor, pervive ante “el huracán de lo terrible” como “ascua en la ceniza”, dice.
En otro poema transita desde este segundo punto de fuga al primero, desde la vivencia amorosa, al de la creación poética:
En otro poema transita desde este segundo punto de fuga al primero, desde la vivencia amorosa, al de la creación poética:
SONRÍES
y en el labio entreabierto
naufragan mis dudas.
Tus ojos me vuelven
al calor de mis versos...
Reserva el penúltimo poema del libro para referirse al amor como último salvavidas: ”el abrazo de tu piel/ único signo de supervivencia”.
Pero hay otros motivos de apaciguada esperanza, refugiados dentro del poemario. En el paisaje desolador, vencido por la inercia, se vislumbran horizontes más luminosos.
Pero hay otros motivos de apaciguada esperanza, refugiados dentro del poemario. En el paisaje desolador, vencido por la inercia, se vislumbran horizontes más luminosos.
Escribe: “Los días saben a muerte/ pero no te engañes:/ en el sufrimiento como en la ternura/ saborea el perfume de la vida”.
Algunos versos alcanzan cierto tono didáctico, para enseñarnos a entreabrir esos resquicios de paisajes aún esperanzadores. Nos invita, por ejemplo, a captar el aura de personas y de cosas:
“Algo mágico envuelve la vida... Toda vida, cualquier vida,/ ínfima, esquiva/ guarda dentro/ un halo inmenso de aurora...”
Nos incita a implicarnos, a aprender a ponernos en el lugar de lo otro, a percibir lo que subyace porque, incluso en un cuerpo enfermo, nos dice con acerada imagen poética, “en luz sumergida duermen diáfanos silencios”. E insiste después:
Algunos versos alcanzan cierto tono didáctico, para enseñarnos a entreabrir esos resquicios de paisajes aún esperanzadores. Nos invita, por ejemplo, a captar el aura de personas y de cosas:
“Algo mágico envuelve la vida... Toda vida, cualquier vida,/ ínfima, esquiva/ guarda dentro/ un halo inmenso de aurora...”
Nos incita a implicarnos, a aprender a ponernos en el lugar de lo otro, a percibir lo que subyace porque, incluso en un cuerpo enfermo, nos dice con acerada imagen poética, “en luz sumergida duermen diáfanos silencios”. E insiste después:
callados de la noche.
Es necesario saber escuchar
con calma, las voces sin voz,
su caricia amputada.
Aunque el sonido
atropelle los ecos de la calle.
No deja de haber rayos de optimismo y confianza vital en esta páginas, como nos muestra este poema titulado “Pálpito” tan breve como intenso:
HAY un poema en cada verso,
una mancha de luz
en la mirada más infame.
Ricardo escribe con valentía, se arriesga sin miedo al uso esporádico de palabras técnica o supuestamente prosaicas (como “nevus”, “sipnasis”),o ciertamente poco conocidas como “lábaro”, “plúmula” o “jindama", a titular un poema con una palabra en alemán GEDICHTÈ.
En el prólogo, Ángel Guinda centra la poesía de Ricardo dentro de las corrientes históricas entre lo barroco y el romanticismo. Afirma que “Esta antología reúne algunos de los textos más representativos de nuestro autor en cuanto a la forma (de concentrada brevedad), al contenido (existencial) y al estilo (sencillo, claro, directo). ”Quizás convendría matizar algo, respecto a estas últimas palabras, porque “Brotes” integra una rama de poemas, en su parte final especialmente, de carácter más críptico y hermético que la mayoría. Que requieren una lectura más lenta y recreadora. Porque Ricardo, en esta antología, al amparo de estas poesías, parece emprender un cierto desdoble de sí mismo como poeta, transita de la claridad al ocultismo, de la metáfora certera a la imagen más aparentemente temeraria, del pensamiento difícil de cazar a la reflexión irrebatible.
En cualquier caso, voy a concluir esta presentación, con uno de sus poemas que podría constituir una atinada síntesis, literaria y vital de su poética (el titulado, precisamente Gedichté, que creo viene a significar poesía):
En cualquier caso, voy a concluir esta presentación, con uno de sus poemas que podría constituir una atinada síntesis, literaria y vital de su poética (el titulado, precisamente Gedichté, que creo viene a significar poesía):
DECIR
un pálpito,
un enigma,
la búsqueda eterna de la luz
en un mundo de sombras.
Emilio Pedro Gómez
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