lunes, 13 de febrero de 2012

VIENTO DEL NORTE


A las doce cuarenta y cinco pasé por Miranda de Ebro, a las doce cuarenta y cinco de la mañana. Después de una noche de intensa algarabía, vino el bajonazo. El Mirandés no pudo repetir la gesta, lo que no impidió celebrar la fiesta. Hasta altas horas de la noche comieron y bebieron sin medida, algunos acabaron en orgía y fueron a trabajar con resaca. Tal vez una máquina pudo cercenar un brazo. Y yo, en el tren, camino de un Bilbao sin libros, con la ilusión cortada de raíz. La vida es así de ingrata, el Bilbao se levó los puntos, pero no la alegría. Tampoco he perdido la mía, aunque no encuentre libros, me encontraré con amigos amantes de la poesía, amantes de soñar con mundos nuevos, de soñar con la esperanza, aunque la crisis nos ahogue y el Mirandés no haya podido repetir su hazaña. A mi lado una chica se pinta los colores y los labios preparando su llegada, se ha puesto el rimel perfecto frente a un espejo nervioso que no puede estarse quieto. Al otro lado del pasillo, un pasajero que creyó haber sido robado, ha recibido la noticia que su cartera ha aparecido intacta en los baños de la estación, y yo camino de Bilbao sin libros. Me llaman de la librería para confirmar la tragedia, los mercados hacen estragos hasta en la creatividad y nos sentimos agobiados ante el infortunio que escapa de nuestras manos. Miranda parece dormida después de una noche inolvidable y yo en el tren entre una chica embelesada en su aspecto y un pasajero con cartera recuperada. Camino a mi destino sin libros, no se puede tener todo en la vida. Espero que a partir de aquí empiecen las buenas noticias: la bajada del paro, la llegada del buen tiempo, no sé, algo que alegre la cara de este calvo malhumorado.

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