En el progresivo acrecimiento de su poesía Sánchez Rosillo ha ido alcanzando, a partir de la elegía esencial que la fundamenta, un espacio de luminosa serenidad que alcanza dimensión trascendente en un libro cuyos mejores logros son esos poemas contemplativos de intensa sensorialidad en los que Rosillo es un maestro: el vuelo de golondrinas que nos cose a la vida elemental, el brillo de la lluvia en los naranjos de un huerto.
Con su escritura de lo vivido el poeta logra siempre, gracias a la precisa sencillez de su palabra, que la emoción resulte compartible. Ese es el designio expreso: “Vale la pena/ gastar así la vida/ si alguien, ahora o después,/ piensa que fue el amor quien me guió los pasos/ y encuentra en estos versos mi verdad y la suya”. Un poema amoroso -“Aún”-, uno escrito al cumplir sesenta años -“Late un presente extraño que semeja/ como una plenitud insospechada,/ un indulgente don sobrevenido”-, o el dedicado a la muerte de la madre, extraordinario, convierten el sentimiento del tiempo y de la pérdida en una emocionante asunción vitalista. Hasta la muerte es aquí mero trámite: “Nuestro asunto es la vida./ El que muramos/ es cosa de la muerte”, planteamiento epicúreo que desemboca en profesión agnóstica de fe: “Le corresponde al alma únicamente/ permanecer atenta/ y abrir sus ojos mucho -mientras alguien, clemente,/ cierra los de tu rostro- en el momento/ supremo de la gran expectación”.
Quedan fuera los ruidos del mundo “mal hecho” de Guillén -de quien está tan cerca esta poesía-, y se fundamenta, como en Cántico, la actitud del ocioso “atento y puro, disponible”: “Todo es el centro,/ aunque mucho me aleje/ de donde estoy”. En los espléndidos “Golondrinas en septiembre”, “Huertos junto al río “ o “La luz que canta”, el pormenor de la naturaleza elemental, la mirada erótica a la juventud irresistible, la luz primaveral, todo lo que hay de oda y de elegía afirmativa en el conjunto va confluyendo en un sentimiento unanimista en el que los sentidos son las ventanas a una revelación misteriosa de la totalidad: “Mientras miro / siento que desde mí mira la especie, un hombre/ cualquiera, innominado/ -dónde y en qué momento-,/ que contempla el misterio y se estremece”. Lo que se nos presenta desde el título como “Sueño del origen” ha llegado a serlo de un destino que el poeta siente como un ·aproximarse a un conocer que brilla/ cada vez más cercano,/ y no porque lo ponga ante mis ojos/ un tiempo que se acaba y no decide, sino porque soñé con esa luz”.
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Con su escritura de lo vivido el poeta logra siempre, gracias a la precisa sencillez de su palabra, que la emoción resulte compartible. Ese es el designio expreso: “Vale la pena/ gastar así la vida/ si alguien, ahora o después,/ piensa que fue el amor quien me guió los pasos/ y encuentra en estos versos mi verdad y la suya”. Un poema amoroso -“Aún”-, uno escrito al cumplir sesenta años -“Late un presente extraño que semeja/ como una plenitud insospechada,/ un indulgente don sobrevenido”-, o el dedicado a la muerte de la madre, extraordinario, convierten el sentimiento del tiempo y de la pérdida en una emocionante asunción vitalista. Hasta la muerte es aquí mero trámite: “Nuestro asunto es la vida./ El que muramos/ es cosa de la muerte”, planteamiento epicúreo que desemboca en profesión agnóstica de fe: “Le corresponde al alma únicamente/ permanecer atenta/ y abrir sus ojos mucho -mientras alguien, clemente,/ cierra los de tu rostro- en el momento/ supremo de la gran expectación”.
Quedan fuera los ruidos del mundo “mal hecho” de Guillén -de quien está tan cerca esta poesía-, y se fundamenta, como en Cántico, la actitud del ocioso “atento y puro, disponible”: “Todo es el centro,/ aunque mucho me aleje/ de donde estoy”. En los espléndidos “Golondrinas en septiembre”, “Huertos junto al río “ o “La luz que canta”, el pormenor de la naturaleza elemental, la mirada erótica a la juventud irresistible, la luz primaveral, todo lo que hay de oda y de elegía afirmativa en el conjunto va confluyendo en un sentimiento unanimista en el que los sentidos son las ventanas a una revelación misteriosa de la totalidad: “Mientras miro / siento que desde mí mira la especie, un hombre/ cualquiera, innominado/ -dónde y en qué momento-,/ que contempla el misterio y se estremece”. Lo que se nos presenta desde el título como “Sueño del origen” ha llegado a serlo de un destino que el poeta siente como un ·aproximarse a un conocer que brilla/ cada vez más cercano,/ y no porque lo ponga ante mis ojos/ un tiempo que se acaba y no decide, sino porque soñé con esa luz”.
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