El diario montañés, mayo de 2011
Leyendo a Sábato
Por Luís Sala
Leyendo a Sábato aprendí lecciones fundamentales para la vida y para el oficio de escribir. Entendí que en la literatura, como en el periodismo, no hay temas grandes y temas pequeños, asuntos sublimes y asuntos triviales. Que son los hombres y las mujeres los que son pequeños, grandes, sublimes o triviales. Que la misma historia del estudiante pobre que mata a una usurera puede ser una mera crónica policial o 'Crimen ycastigo'.
Leyendo a Sábato aprendí a desconfiar de los que escriben sobre cualquier cosa. Descubrí que cuando se escribe en serio, el tema no se elige. Es el tema el que lo elige a uno. Que el creador verdadero no hace sino hablar una y otra vez de las mismas obsesiones que lo acosan. Que la política, el tiempo y los deportes están bien para llenar las páginas de los periódicos. Pero lo verdadero es siempre simbólico y no se puede contar con la misma prosa que utilizamos para la crónica política o para redactar el prospecto de una lavadora.
Leyendo a Sábato descubrí que la felicidad en la vida se nos da en pedazos, apenas en momentos fugaces. Que cuando uno es pequeño espera la gran felicidad, una felicidad enorme y absoluta. Y luego, de mayor, a la espera de ese fenómeno, se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen.
Leyendo a Sábato comprendí que la patria es la infancia y que por eso quizá es mejor llamarla matria, porque es algo que ampara y calienta en los momentos de soledad y de frío. Que, cuando se trata de seres humanos, la verdad no se puede decir casi nunca porque sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción. Que la verdad está bien para las matemáticas o para la química, pero que en la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza.
Leyendo a Sábato entendí que la guerra puede ser absurda y equivocada, pero el pelotón al que uno pertenece, los amigos que duermen en el refugio mientras uno hace guardia, eso es absoluto. Y que toda revolución, por pura que sea y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse en una sucia y policial burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios.
Aprendí que el pasado no es algo fijo, cristalizado, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia y que alcanza su sentido verdadero en el instante en que morimos. Y que a medida que nos acercamos a la muerte también nos acercamos a la tierra. No a la tierra en general, sino a ese pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia, en que tuvimos nuestros juegos, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez.
Aprendí que el tiempo de los seres humanos no vuelve nunca para atrás, que nada vuelve a ser lo que era antes. Y que cuando los sentimientos se deterioran o se transforman no hay milagro que los pueda restaurar en su calidad original. Leyendo a Sábato entendí que no hay casualidades sino destinos. Y que no se encuentra sino lo que se busca. Y se busca lo que, en cierto modo, está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. Por eso, en las páginas finales de 'Abaddón', el escritor argentino hace que uno de sus personajes descubra en el cementerio una sepultura con una lápida que dice: 'Ernesto Sábato. Quiso ser enterrado en esta tierra con una sola palabra en su tumba. Paz'. Seguro que el gran Sábato ha encontrado ya esa paz que tanto ansiaba y necesitaba después de vivir casi todo el siglo XX y parte del XXI angustiado por la locura del mundo. A nosotros nos queda volver una y otra vez a sus libros, especialmente a sus tres novelas, para seguir disfrutando de una lectura fundamental. Una lectura de ésas que hacen que la vida merezca la pena.
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Leyendo a Sábato
Por Luís Sala
Leyendo a Sábato aprendí lecciones fundamentales para la vida y para el oficio de escribir. Entendí que en la literatura, como en el periodismo, no hay temas grandes y temas pequeños, asuntos sublimes y asuntos triviales. Que son los hombres y las mujeres los que son pequeños, grandes, sublimes o triviales. Que la misma historia del estudiante pobre que mata a una usurera puede ser una mera crónica policial o 'Crimen ycastigo'.
Leyendo a Sábato aprendí a desconfiar de los que escriben sobre cualquier cosa. Descubrí que cuando se escribe en serio, el tema no se elige. Es el tema el que lo elige a uno. Que el creador verdadero no hace sino hablar una y otra vez de las mismas obsesiones que lo acosan. Que la política, el tiempo y los deportes están bien para llenar las páginas de los periódicos. Pero lo verdadero es siempre simbólico y no se puede contar con la misma prosa que utilizamos para la crónica política o para redactar el prospecto de una lavadora.
Leyendo a Sábato descubrí que la felicidad en la vida se nos da en pedazos, apenas en momentos fugaces. Que cuando uno es pequeño espera la gran felicidad, una felicidad enorme y absoluta. Y luego, de mayor, a la espera de ese fenómeno, se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen.
Leyendo a Sábato comprendí que la patria es la infancia y que por eso quizá es mejor llamarla matria, porque es algo que ampara y calienta en los momentos de soledad y de frío. Que, cuando se trata de seres humanos, la verdad no se puede decir casi nunca porque sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción. Que la verdad está bien para las matemáticas o para la química, pero que en la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza.
Leyendo a Sábato entendí que la guerra puede ser absurda y equivocada, pero el pelotón al que uno pertenece, los amigos que duermen en el refugio mientras uno hace guardia, eso es absoluto. Y que toda revolución, por pura que sea y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse en una sucia y policial burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios.
Aprendí que el pasado no es algo fijo, cristalizado, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia y que alcanza su sentido verdadero en el instante en que morimos. Y que a medida que nos acercamos a la muerte también nos acercamos a la tierra. No a la tierra en general, sino a ese pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia, en que tuvimos nuestros juegos, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez.
Aprendí que el tiempo de los seres humanos no vuelve nunca para atrás, que nada vuelve a ser lo que era antes. Y que cuando los sentimientos se deterioran o se transforman no hay milagro que los pueda restaurar en su calidad original. Leyendo a Sábato entendí que no hay casualidades sino destinos. Y que no se encuentra sino lo que se busca. Y se busca lo que, en cierto modo, está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón. Por eso, en las páginas finales de 'Abaddón', el escritor argentino hace que uno de sus personajes descubra en el cementerio una sepultura con una lápida que dice: 'Ernesto Sábato. Quiso ser enterrado en esta tierra con una sola palabra en su tumba. Paz'. Seguro que el gran Sábato ha encontrado ya esa paz que tanto ansiaba y necesitaba después de vivir casi todo el siglo XX y parte del XXI angustiado por la locura del mundo. A nosotros nos queda volver una y otra vez a sus libros, especialmente a sus tres novelas, para seguir disfrutando de una lectura fundamental. Una lectura de ésas que hacen que la vida merezca la pena.
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1 comentario:
Me ha encantado este artículo sobre el gran maestro Ernesto Sábato, un abrazo.
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