EL MUNDO 24-11-2010
Contadora de historias
por VIRGINIA HERNÁNDEZ
Parece que las abuelas no tienen un lugar demasiado especial en los cuentos a no ser como lobo trasvestido. Sin percatarnos de que su función va más allá. Ellas son las narradoras, las transmisoras de todo ese conocimiento encerrado en historias de castillos o bosques. Las mismas que entusiasman a Ana María Matute (Barcelona, 1925). Porque ¿quién lee los relatos a sus nietos? Con ojos vivarachos, melena muy blanca y porte bien elegante, la autora es la abuela de libro aunque no tenga nietos. Y lo es porque desde que la castigaban en el cuarto oscuro empezó a conocer a los personajes fantásticos que han poblado sus novelas más aplaudidas. Una que no supo (ni quiso) despedir de sí a la niña que fue. Y que no se fía ni un ápice de quien sí lo ha hecho. «Tal vez la infancia es más larga que la vida», dijo la escritora cuando presentó su última obra, 'Paraíso inhabitado' (2008), una novela que, por sus achaques, le costó ocho años ver en las librerías.
La nueva Premio Cervantes, un galardón con el que no contaba a pesar de ser candidata en cada edición («intuición femenina», decía sin resquemor alguno y agradeciendo todos los reconocimientos recibidos en su larga carrera), supo que quería ser escritora antes siquiera de poder descifrar las letras. En su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua ['En el bosque', que leyó el 18 de enero de 1998], Ana María Matute se describía como «una contadora de historias» e invitaba a cruzar el espejo como la Alicia de Carroll («uno de los [cuentos] más mágicos de la historia de la literatura, quizá el que ofrece un mito más maravilloso y espontáneo: el deseo de conocer otro mundo, de ingresar en el reino de la fantasía a través, precisamente, de nosotros mismos»). Su descubrimiento, su otro mundo, eran los bosques que son los libros: «'Cuando yo sea mayor —pensaba— haré esto'. Ni siquiera sabía que 'esto' era participar del mundo imaginario de la literatura. Después, cuando ya había aprendido a descifrar esos signos misteriosos, la primera vez que leí la palabra bosque en un libro de cuentos, supe que siempre me movería dentro de ese ámbito [...]. Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva y que me revelara la existencia de otras realidades tan vivas y tan cercanas como aquella que me reveló el bosque, el real y el creado por las palabras».
En sus ramas y con una infancia marcada por la guerra, la mala salud, por la fría relación con su madre y por su tartamudez, la niña empezó a crear sus mundos. Tenía cinco años al inventar su primer cuento que también ilustró. A los 17, escribió su primera novela, 'Pequeño teatro' (1954), Premio Planeta, que vendió a la editorial Destino y que no se llegó a publicar hasta que la autora no despuntó por 'Los Abel' (1948). El Nadal, por 'Primera memoria' (1959), hizo popular su nombre mientras estaba casada con el también escritor Eugenio de Goicochea, una relación infeliz que rompió pocos años después. La decisión le costó muy cara: la separación no estaba bien vista y menos si quien la pedía era una mujer. Él se quedó con la custodia de su hijo, Juan Pablo, y ella terminó marchándose como lectora a dos universidades de EEUU. Recuperó al niño tres años después. Su segundo marido, Julio Brocaral, fallecido en 1990, fue su verdadero amor.
'Los hijos muertos' (1959), 'Los soldados lloran de noche' (1964) o 'La torre del vigía' (1971) fueron algunos de los títulos de aquellos años, que concluyeron con una depresión que acalló su pluma demasiado tiempo. Una época que esta optimista declarada («yo soy de las que piensa que la botella está medio llena. Pero soy consciente de que está vacía») prefiere no recordar y que no sólo supo vencer sino que remató con 'Olvidado rey Gudú' (1996), la novela medieval que siempre tuvo en mente y que la aupó en las listas de éxitos. Fue el año, además, de su elección para ocupar el sillón 'K' de la RAE en sustitución de otra mujer, Carmen Conde. «Para mí, escribir no es una profesión, ni una vocación siquiera, sino una forma de ser y de estar, un largo camino de iniciación que no termina nunca», dijo en ese discurso. Por eso promete seguir. Porque esta Alicia prefirió quedarse al otro lado del espejo.
* DECÁLOGO DEL ESCRITOR, SEGÚN MATUTE
* «El escritor nace, no se hace: es una cuestión de ser o no ser»
* «Escribir es también una forma de protesta. Casi todos los escritores comparten el malestar con el mundo»
* «Mientras haya un poeta, la poesía existirá»
* «Maestros, estudios nunca estorban; pero no crean»
* «Escribir es muy difícil, sobre todo hacerlo de forma sencilla»
* «Lo 'políticamente correcto' casi nunca es literario»
* «No hay universidad que enseñe lo que enseña la vida»
* «Escribir es una forma de ser y de estar»
* «Un libro no existe en tanto alguien no lo lea»
* «El día que piense que he escrito algo perfecto, estaré muerta»
por VIRGINIA HERNÁNDEZ
Parece que las abuelas no tienen un lugar demasiado especial en los cuentos a no ser como lobo trasvestido. Sin percatarnos de que su función va más allá. Ellas son las narradoras, las transmisoras de todo ese conocimiento encerrado en historias de castillos o bosques. Las mismas que entusiasman a Ana María Matute (Barcelona, 1925). Porque ¿quién lee los relatos a sus nietos? Con ojos vivarachos, melena muy blanca y porte bien elegante, la autora es la abuela de libro aunque no tenga nietos. Y lo es porque desde que la castigaban en el cuarto oscuro empezó a conocer a los personajes fantásticos que han poblado sus novelas más aplaudidas. Una que no supo (ni quiso) despedir de sí a la niña que fue. Y que no se fía ni un ápice de quien sí lo ha hecho. «Tal vez la infancia es más larga que la vida», dijo la escritora cuando presentó su última obra, 'Paraíso inhabitado' (2008), una novela que, por sus achaques, le costó ocho años ver en las librerías.
La nueva Premio Cervantes, un galardón con el que no contaba a pesar de ser candidata en cada edición («intuición femenina», decía sin resquemor alguno y agradeciendo todos los reconocimientos recibidos en su larga carrera), supo que quería ser escritora antes siquiera de poder descifrar las letras. En su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua ['En el bosque', que leyó el 18 de enero de 1998], Ana María Matute se describía como «una contadora de historias» e invitaba a cruzar el espejo como la Alicia de Carroll («uno de los [cuentos] más mágicos de la historia de la literatura, quizá el que ofrece un mito más maravilloso y espontáneo: el deseo de conocer otro mundo, de ingresar en el reino de la fantasía a través, precisamente, de nosotros mismos»). Su descubrimiento, su otro mundo, eran los bosques que son los libros: «'Cuando yo sea mayor —pensaba— haré esto'. Ni siquiera sabía que 'esto' era participar del mundo imaginario de la literatura. Después, cuando ya había aprendido a descifrar esos signos misteriosos, la primera vez que leí la palabra bosque en un libro de cuentos, supe que siempre me movería dentro de ese ámbito [...]. Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva y que me revelara la existencia de otras realidades tan vivas y tan cercanas como aquella que me reveló el bosque, el real y el creado por las palabras».
En sus ramas y con una infancia marcada por la guerra, la mala salud, por la fría relación con su madre y por su tartamudez, la niña empezó a crear sus mundos. Tenía cinco años al inventar su primer cuento que también ilustró. A los 17, escribió su primera novela, 'Pequeño teatro' (1954), Premio Planeta, que vendió a la editorial Destino y que no se llegó a publicar hasta que la autora no despuntó por 'Los Abel' (1948). El Nadal, por 'Primera memoria' (1959), hizo popular su nombre mientras estaba casada con el también escritor Eugenio de Goicochea, una relación infeliz que rompió pocos años después. La decisión le costó muy cara: la separación no estaba bien vista y menos si quien la pedía era una mujer. Él se quedó con la custodia de su hijo, Juan Pablo, y ella terminó marchándose como lectora a dos universidades de EEUU. Recuperó al niño tres años después. Su segundo marido, Julio Brocaral, fallecido en 1990, fue su verdadero amor.
'Los hijos muertos' (1959), 'Los soldados lloran de noche' (1964) o 'La torre del vigía' (1971) fueron algunos de los títulos de aquellos años, que concluyeron con una depresión que acalló su pluma demasiado tiempo. Una época que esta optimista declarada («yo soy de las que piensa que la botella está medio llena. Pero soy consciente de que está vacía») prefiere no recordar y que no sólo supo vencer sino que remató con 'Olvidado rey Gudú' (1996), la novela medieval que siempre tuvo en mente y que la aupó en las listas de éxitos. Fue el año, además, de su elección para ocupar el sillón 'K' de la RAE en sustitución de otra mujer, Carmen Conde. «Para mí, escribir no es una profesión, ni una vocación siquiera, sino una forma de ser y de estar, un largo camino de iniciación que no termina nunca», dijo en ese discurso. Por eso promete seguir. Porque esta Alicia prefirió quedarse al otro lado del espejo.
* DECÁLOGO DEL ESCRITOR, SEGÚN MATUTE
* «El escritor nace, no se hace: es una cuestión de ser o no ser»
* «Escribir es también una forma de protesta. Casi todos los escritores comparten el malestar con el mundo»
* «Mientras haya un poeta, la poesía existirá»
* «Maestros, estudios nunca estorban; pero no crean»
* «Escribir es muy difícil, sobre todo hacerlo de forma sencilla»
* «Lo 'políticamente correcto' casi nunca es literario»
* «No hay universidad que enseñe lo que enseña la vida»
* «Escribir es una forma de ser y de estar»
* «Un libro no existe en tanto alguien no lo lea»
* «El día que piense que he escrito algo perfecto, estaré muerta»
2 comentarios:
Esta mujer me encanta, la vi anoche en televisión hablar y es apasionante. Además de sus libros, claro.
Es genial, maravillosa.
Saludos.
Un digno reconocimiento
a su persona y a su
obra.
Me gustó su decálogo
en especial el último.
Besos
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