viernes, 21 de noviembre de 2008

CARTA APÓCRIFA A GOYA

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Querido maestro:

En mi reciente viaje a Europa tuve la ocasión de visitar el Museo del Prado. Allí pude contemplar por primera vez sus pinturas en vivo. Aunque ya las conocía me causaron una gran impresión, sobre todo aquellas que han tenido una especial vinculación con mi vida.

Desde niño me sentí atraído con fuerza por su pintura, tan cercana, fresca y espontánea. “La vendimia” dejó en mi retina el impacto del colorido de su paleta. Había en casa de mis padres una reproducción en el salón, una mala copia por supuesto, telón de fondo de las reuniones familiares. Me llamaba la atención ese niño, con el que me sentía muy identificado, que en vano intenta alcanzar unas uvas, mientras los adultos conversaban entre ellos sin prestarle atención. No sé porqué, pero siempre imaginé que usted se había retratado en el cuadro y era ese niño que pide uvas, se pone de puntillas para intentarlo reclamando la atención de sus mayores. Yo también he vivido la necesidad del afecto de los adultos siempre ocupados en cosas más importantes, como leer el periódico o enfrascarse en las noticias. Echaba en falta una participación más activa en mis juegos y se interesaran por mis sueños infantiles. Pasaron los años, aparecieron los primeros problemas y eché de menos la atención que reclamaba de puntillas como usted, me sentí agobiado por mi “sordera”, refugiándome en un mundo interior lleno de fantasías que suplieran esa falta de dedicación. Ese niño, con los brazos abiertos al cielo, no sólo pide uvas, sino también afecto, cariño y ternura.

El siguiente cuadro suyo que conocí, fue “La gallina ciega”, lo descubrí en casa de un amigo del colegio, donde solía ir a jugar muchas tardes, los personajes son adultos pero para mí es una referencia obligada a mi infancia, y por otra parte porque en juegos como éste o parecidos, tal vez por mi carácter tímido y apocado, siempre me tocaba hacer de gallina y los niños, con una crueldad casi salvaje, se ponían de acuerdo para que fuera siempre yo el que perdiera y me pasaba todo el recreo dando vueltas, con los ojos vendados tratando de adivinar la voz del que a duras penas conseguía agarrar y ellos se reían estrepitosamente, burlándose y divirtiéndose a mi costa. No son por lo tanto recuerdos agradables los que me traen a la memoria este cuadro, pues mi infancia no fue precisamente lo que se llama una infancia feliz. Así crecí envuelto en un mundo de sueños inventando una realidad futura feliz y maravillosa, donde el amor, el diálogo y la comprensión entre las personas era posible y las gentes no se dedicaban a humillarse unas a otras sino a llevar una vida lo más solidaria posible. Y mientras así soñaba a mi alrededor sólo oía risotadas yendo de uno a otro como un pelele, como ocurre en su cuadro del mismo título, sólo que en mi vida el pelele era yo, sobre todo cuando comencé a sentirme marginado por el color de mi piel. Una tarde, de regreso a casa, me encontré con un grupo de niños blancos que me rodearon y me trataron como un animal: “Los negros no tienen alma” –me decían- y agarrándome por mis negros rizos se burlaban: “Esto no es pelo, es alambre”.

Más adelante, cuando tuve que estudiar Historia del Arte en el colegio, nos hablaron de sus cuadros más famosos entre los que destacaban “Las dos majas”, aunque en realidad sólo nos permitieron ver a “La vestida”. A “La desnuda”, debido a la represión sexual de la época sólo nos la pudimos imaginar o verla clandestinamente en alguna Enciclopedia de Arte, en la Biblioteca Pública, respirando la frescura, libertad y naturalidad que se refleja en este lienzo. Incluso recuerdo que fue prohibida más tarde en una edición de sellos con sus cuadros.

Sin embargo yo me sentía atraído por cuadros más sencillos como “El ciego de la guitarra” o “Albañil herido”, llegaban a emocionarme por su gran humanidad, que despertaba, ya a mis pocos años, sentimientos de rebeldía ante la desgracia.

Pero había dos cuadros que me parecíeron especialmente escalofriantes, uno era “Duelo a garrotazos” y el otro “Los fusilamientos del 3 de Mayo”, los dos reflejan la dureza del corazón humano que puede conducir a dos hombres a destrozarse el cráneo a garrotazos o a fusilar a unos sencillos campesinos sólo por la prepotencia de sentirse dominadores del mundo. Esos hombres y mujeres a punto de ser exterminados a la luz de un farol, desafiando a pecho descubierto a la muerte, a una muerte cruel e injusta como todas las muertes violentas, eran para mí un desafío a ser tolerante, comprensivo y solidario aunque muchas veces me tomaran por tonto o ingenuo. ¡Qué terrible espectáculo tuvieron que contemplar sus ojos en aquellos días de angustia! Ojalá aquellas hubieran sido las últimas crueldades cometidas por el hombre contra el hombre, pero por desgracia, no hemos aprendido todavía que la guerra, la violencia no conduce a nada, sólo a la destrucción y a la muerte de los pueblos.

Desde hace algún tiempo yo también estoy implicado en esa lucha por un mundo de igualdad y sin violencia. Cuando leí por primera vez las enseñanzas de Ghandi comprendí cuál era mi camino.

¿Cuándo aprenderá la humanidad a vivir en paz, a construir, dialogar, sin recelar nunca del otro y pensar en él más como un enemigo, como un hermano?

Usted no lo vio, yo probablemente tampoco, pero estoy seguro que llegará el día en que todo hombre y mujer descubran que vivir en paz es posible, que sólo en la convivencia fraterna y en la solidaridad de los pueblos reside el sentido de la vida y ese día habrá empezado el futuro.

Con un fuerte abrazo se despide


Martin Luther King



De El Círculo de los nombres


2 comentarios:

Miguel Ángel Yusta. dijo...

Me ha encantado....Un fuerte abrazo.

Ricardo Fernández Moyano dijo...

Gracias Miguel Ángel tú como siempre tan amable.