martes, 19 de abril de 2022

EL ARTE DE ESPERAR (por Carlos Villarrubia)



Al hilo del poemario La voz en la memoria de R. F. Moyano

Como en el cuadro de Magritte, los dí­as crecen bajo el imperio de las luces. El latir del Universo sobrevive al aguijón continuo de la muerte. Todo renace y una vaso de verbenas puebla el jardí­n deshabitado. Ricardo Fernández Moyano, en La voz en la memoria resucita palabras, mira cara a cara a la desolación atando fuerte el hilo invisible que nunca se rompe, el de la raí­z-madre,
el de la casa-cuerpo; la callada sinfoní­a de la ternura que nos dio la vida. En la ruta de las evocaciones blancas de Cernuda -"Birds in the night"- se atreve a cruzar la puerta del misterio. Aún podemos subirnos como legendarios orates a las azoteas para cantar el "Get back" como The Beatles en la pelí­cula "Let it be". Tal vez, Harrison, en su vuelo de guitarras, encuentre algo familiar que enlace rutas en el cielo con los poemas de Ricardo. "What is life" y todas las cosas pasan sin que a menudo -como escribe el amigo Aute-"Rocemos ni un instante la belleza". Salvamos -entre mesas camillas y vuelos de navegante cibernético- el placer de la pausa, el dulce y respetuoso silabeo que deja hablar al silencio. Fernández Moyano sabe escuchar, está acostumbrado como el maestro José Bergamín a "esperar esperando", y en la estela de José Ángel Valente, a demorarse en el advenimiento de la aurora engendrada por la noche. La calma es producto de la depuración de la ansiedad. No viene de un abracadabra hechicero; hay que domar excesos verbales para que el poema ofrezca este activo reposo de la móvil quietud como nos enseña Marí­a Zambrano.

A rachas golpea el instinto de la destrucción, pasos en la niebla, damas del alba; trampillas exquisitas para rendirnos ante el peso del mundo. En la escuela del haiku, Ricardo ha crecido en la humildad de lo esencial como reclamaba César Vallejo. Sólo lo que del alma nace amanece mágicamente dispuesto a modo de poema. Sin arquitecturas previas, sin piruetas de arlequí­n. Acuden la mística, Pedro Salinas, Jorge Guillén y el tictac rí­tmico de José Hierro a dar ví­nculo conceptual al poemario. Adiós al agobio, el reloj no nos desborda. Sentamos en la mesa a lo oculto porque vivimos en la transparencia de lo invisible y no nos ahogamos en el miedo.

Más ligeros, sin más carga de recuerdos-rastrojo, de palabras heridas recibimos el mensaje de reconciliación con la vida que respiran los poemas de Ricardo. En su álbum de instantes siempre queda lugar para ver la vida pasar... y sentir y sentirse sentidos... y existir nuevamente vividos.

Al vací­o el olvido, al desván la tristeza y en el óleo una foto de quien siempre espera, la madre-raíz-Naturaleza, la tradición del amor siempre luz en lo oscuro, siempre caricia nunca derrota porque prevalece la vida.

Carlos Villarrubia, verano 2009

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